Página 117 - El Discurso Maestro de Jesucristo (1956)

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Las críticas y la regla de oro
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aglomeraba alrededor del Salvador, eran muchos los que se habían
pasado la vida cerca del mar de Galilea. Mientras escuchaban las
palabras de Cristo, sentados en la ladera, podían ver los valles y
los barrancos por los cuales corrían hacia el mar los arroyos de las
montañas. A menudo estos arroyos desaparecían completamente en
el verano y quedaba solamente un canal seco y polvoriento; pero
cuando las tempestades del invierno se desencadenaban sobre las
colinas, los ríos se convertían en furiosos y bramadores torrentes,
que algunas veces inundaban los valles y arrasaban todas las cosas
en su riada irresistible. Entonces era frecuente que fuesen arrasadas
las chozas levantadas por los labriegos en la verde llanura, donde no
parecían correr peligro. Pero en lo alto de las cuestas había casas
edificadas sobre la roca. En algunos sectores del país las viviendas
se construían enteramente de piedra, y muchas habían resistido mil
años de tempestades. Para edificar estas casas había que trabajar en
medio de dificultades. Llegar a ellas no era fácil. Su posición parecía
menos atractiva que la verde llanura, pero estaban fundadas sobre la
roca; y el viento, la riada y la tempestad las atacaban en vano.
El que recibe las palabras que os he hablado y las convierte en
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el cimiento de su carácter y su vida, dijo Jesús, es como los que
construyen su casa sobre la roca. Siglos antes, el profeta Isaías había
escrito: “La palabra del Dios nuestro permanece para siempre”, y
Pedro, años después de que se pronunciara el Sermón del Monte,
al citar estas palabras de Isaías, añadió: “Y esta es la palabra que
por el Evangelio os ha sido anunciada”. La Palabra de Dios es lo
único permanente que nuestro mundo conoce. Es el cimiento seguro.
“El cielo y la tierra pasarán—dijo Jesús—, pero mis palabras no
pasarán”
Los grandes principios de la ley, que participan de la misma
naturaleza de Dios, están entretejidos en las palabras que Cristo
pronunció sobre el monte. Quienquiera que edifique sobre esos prin-
cipios edifica sobre Cristo, la Roca de la eternidad. Al recibir la
Palabra, recibimos a Cristo, y únicamente los que reciben así sus
palabras edifican sobre él. “Porque nadie puede poner otro funda-
mento que el que está puesto, el cual es Jesucristo”. “No hay otro
nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser sal-
vos”
Cristo, el Verbo, revelación de Dios y manifestación de su