Página 20 - El Discurso Maestro de Jesucristo (1956)

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El Discurso Maestro de Jesucristo
Ese llanto recibirá “consolación”. Dios nos revela nuestra culpa-
bilidad para que nos refugiemos en Cristo y para que por él seamos
librados de la esclavitud del pecado, a fin de que nos regocijemos en
la libertad de los hijos de Dios. Con verdadera contrición, podemos
llegar al pie de la cruz y depositar allí nuestras cargas.
Hay también en las palabras del Salvador un mensaje de con-
suelo para los que sufren aflicción o la pérdida de un ser querido.
Nuestras tristezas no brotan de la tierra. Dios “no aflige ni entristece
voluntariamente a los hijos de los hombres”. Cuando él permite que
suframos pruebas y aflicciones, es “para lo que nos es provechoso,
para que participemos de su santidad”
Si la recibimos con fe, la
prueba que parece tan amarga y difícil de soportar resultará una
bendición. El golpe cruel que marchita los gozos terrenales nos hará
dirigir los ojos al cielo. ¡Cuántos son los que nunca habrían conocido
a Jesús si la tristeza no los hubiera movido a buscar consuelo en él!
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Las pruebas de la vida son los instrumentos de Dios para eliminar
de nuestro carácter toda impureza y tosquedad. Mientras nos labran,
escuadran, cincelan, pulen y bruñen, el proceso resulta penoso, y
es duro ser oprimido contra la muela de esmeril. Pero la piedra
sale preparada para ocupar su lugar en el templo celestial. El Señor
no ejecuta trabajo tan consumado y cuidadoso en material inútil.
Únicamente sus piedras preciosas se labran a manera de las de un
palacio.
El Señor obrará para cuantos depositen su confianza en él. Los
fieles ganarán victorias preciosas, aprenderán lecciones de gran valor
y tendrán experiencias de gran provecho.
Nuestro Padre celestial no se olvida de los angustiados. Cuando
David subió al monte de los Olivos, “llorando, llevando la cabeza
cubierta, y los pies descalzos”
el Señor lo miró compasivamente.
David iba vestido de cilicio, y la conciencia lo atormentaba. Demos-
traba su contrición por las señales visibles de la humillación que se
imponía. Con lágrimas y corazón quebrantado presentó su caso a
Dios, y el Señor no abandonó a su siervo. Jamás estuvo David tan
cerca del amor infinito como cuando, hostigado por la conciencia,
huyó de sus enemigos, incitados a rebelión por su propio hijo. Dice
el Señor: “Yo reprendo y castigo a todos los que amo; sé, pues,
celoso, y arrepiéntete”
Cristo levanta el corazón contrito y refina
el alma que llora hasta hacer de ella su morada.