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El Discurso Maestro de Jesucristo
del Salvador, aunque transcurrió en medio de conflictos, era una vida
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de paz. Aun cuando lo acosaban constantemente enemigos airados,
dijo: “El que me envió, conmigo está; no me ha dejado solo el Padre,
porque yo hago siempre lo que le agrada”. Ninguna tempestad de
la ira humana o satánica podía perturbar la calma de esta comunión
perfecta con Dios. Y él nos dice: “La paz os dejo, mi paz os doy”.
“Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso
y humilde de corazón; y hallaréis descanso”
Llevad conmigo el
yugo de servicio para gloria de Dios y elevación de la humanidad, y
veréis que es fácil el yugo y ligera la carga.
Es el amor a uno mismo lo que destruye nuestra paz. Mientras
viva el yo, estaremos siempre dispuestos a protegerlo contra los
insultos y la mortificación; pero cuando hayamos muerto al yo y
nuestra vida esté escondida con Cristo en Dios, no tomaremos a
pecho los desdenes y desaires. Seremos sordos a los vituperios y
ciegos al escarnio y al ultraje. “El amor es sufrido y benigno; él
amor no tiene envidia; el amor no es jactancioso, no se ensoberbece,
no se porta indecorosamente, no busca lo suyo propio, no se irrita,
no hace caso de un agravio; no se regocija en la injusticia, más se
regocija con la verdad: todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera,
todo lo soporta. El amor nunca se acaba”
La felicidad derivada de fuentes mundanales es tan mudable
como la pueden hacer las circunstancias variables; pero la paz de
Cristo es constante, permanente. No depende de las circunstancias
de la vida, ni de la cantidad de bienes materiales ni del número de
amigos que se tenga en esta tierra. Cristo es la fuente de agua viva,
y la felicidad que proviene de él no puede agotarse jamás.
La mansedumbre de Cristo manifestada en el hogar hará felices
a los miembros de la familia; no incita a los altercados, no responde
con ira, sino que calma el mal humor y difunde una amabilidad
que sienten todos los que están dentro de su círculo encantado.
Dondequiera que se la abrigue, hace de las familias de la tierra una
parte de la gran familia celestial.
Mucho mejor sería para nosotros sufrir bajo una falsa acusación
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que infligirnos la tortura de vengarnos de nuestros enemigos. El
espíritu de odio y venganza tuvo su origen en Satanás, y sólo puede
reportar mal a quien lo abrigue. La humildad del corazón, esa man-