Página 28 - El Discurso Maestro de Jesucristo (1956)

Basic HTML Version

24
El Discurso Maestro de Jesucristo
“Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán
misericordia”.
El corazón del hombre es por naturaleza frío, sombrío y sin
amor. Siempre que alguien manifieste un espíritu de misericordia
o de perdón, no se debe a un impulso propio, sino al influjo del
Espíritu divino que lo conmueve. “Nosotros le amamos a él, porque
él nos amó primero”
Dios mismo es la fuente de toda misericordia. Se llama “mise-
ricordioso, y piadoso”. No nos trata según lo merecemos. No nos
pregunta si somos dignos de su amor; simplemente derrama sobre
nosotros las riquezas de su amor para hacernos dignos. No es venga-
tivo. No quiere castigar, sino redimir. Aun la severidad que se ve en
sus providencias se manifiesta para salvar a los descarriados. Ansía
intensamente aliviar los pesares del hombre y ungir sus heridas con
su bálsamo. Es verdad que “de ningún modo tendrá por inocente al
malvado”
pero quiere quitarle su culpabilidad.
Los misericordiosos son “participantes de la naturaleza divina”,
y en ellos se expresa el amor compasivo de Dios. Todos aquellos
cuyos corazones estén en armonía con el corazón de Amor infinito
procurarán salvar y no condenar. Cristo en el alma es una fuente que
jamás se agota. Donde mora él, sobreabundan las obras de bien.
Al oír la súplica de los errantes, los tentados, de las míseras
víctimas de la necesidad y el pecado, el cristiano no pregunta: ¿Son
[24]
dignos?, sino: ¿Cómo puedo ayudarlos? Aun en la persona de los
más cuitados y degradados ve almas por cuya salvación murió Cristo,
y por quienes confió a sus hijos el ministerio de la reconciliación.
Los misericordiosos son aquellos que manifiestan compasión
para con los pobres, los dolientes y los oprimidos. Dijo Job: “Yo
libraba al pobre que clamaba, y al huérfano que carecía de ayudador.
La bendición del que se iba a perder venía sobre mí; y al corazón
de la viuda yo daba alegría. Me vestía de justicia, y ella me cubría;
como manto y diadema era mi rectitud. Yo era ojos al ciego, y pies
al cojo. A los menesterosos era padre, y de la causa que no entendía,
me informaba con diligencia”
Para muchos, la vida es una lucha dolorosa; se sienten defi-
cientes, desgraciados y descreídos: piensan que no tienen nada que
agradecer. Las palabras de bondad, las miradas de simpatía, las ex-