Página 30 - El Discurso Maestro de Jesucristo (1956)

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El Discurso Maestro de Jesucristo
aprendiendo de Jesús se manifestará creciente repugnancia por los
hábitos descuidados, el lenguaje vulgar y los pensamientos impuros.
Cuando Cristo viva en el corazón, habrá limpieza y cultura en el
pensamiento y en los modales.
Pero las palabras de Cristo: “Bienaventurados los de limpio
corazón”, tienen un significado mucho más profundo. No se refieren
únicamente a los que son puros según el concepto del mundo, es
decir, están exentos de sensualidad y concupiscencia, sino a los que
son fieles en los pensamientos y motivos del alma, libres del orgullo
y del amor propio; humildes, generosos y como niños.
Solamente se puede apreciar aquello con que se tiene afinidad.
No podemos conocer a Dios a menos que aceptemos en nuestra
propia vida el principio del amor desinteresado, que es el principio
fundamental de su carácter. El corazón engañado por Satanás consi-
dera a Dios como un tirano implacable; las inclinaciones egoístas de
la humanidad, y aun las de Satanás mismo, se atribuyen al Creador
amante. “Pensabas—dijo él—que de cierto sería yo como tú”. Sus
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providencias se interpretan como expresión de una naturaleza des-
pótica y vengativa. Así también ocurre con la Biblia, tesoro de las
riquezas de su gracia. No se discierne la gloria de sus verdades, que
son tan altas como el cielo y abarcan la eternidad. Para la mayoría
de los hombres, Cristo mismo es “como raíz de tierra seca”, y lo ven
“sin atractivo para que le deseemos”. Cuando Jesús estaba entre los
hombres, como revelación de Dios en la humanidad, los escribas
y fariseos le preguntaron: “¿No decimos bien nosotros, que tú eres
samaritano, y que tienes demonio?
Aun sus mismos discípulos
estaban tan cegados por el egoísmo de sus corazones que tardaron
en comprender que había venido a mostrarles el amor del Padre. Por
eso Jesús vivió en la soledad en medio de los hombres. Sólo en el
cielo se lo comprendía plenamente.
Cuando Cristo venga en su gloria, los pecadores no podrán mi-
rarlo. La luz de su presencia, que es vida para quienes lo aman, es
muerte para los impíos. La esperanza de su venida es para ellos “una
horrenda expectación de juicio, y de hervor de fuego”
Cuando
aparezca, rogarán que se los esconda de la vista de Aquel que murió
para redimirlos.
Sin embargo, para los corazones que han sido purificados por el
Espíritu Santo al morar éste en ellos, todo queda cambiado. Ellos