Página 32 - El Discurso Maestro de Jesucristo (1956)

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El Discurso Maestro de Jesucristo
No hay otro fundamento para la paz. La gracia de Cristo, acep-
tada en el corazón, vence la enemistad, apacigua la lucha y llena el
alma de amor. El que está en armonía con Dios y con su prójimo
no sabrá lo que es la desdicha. No habrá envidia en su corazón ni
su imaginación albergará el mal; allí no podrá existir el odio. El
corazón que está de acuerdo con Dios participa de la paz del cielo y
esparcirá a su alrededor una influencia bendita. El espíritu de paz se
asentará como rocío sobre los corazones cansados y turbados por la
lucha del mundo.
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Los seguidores de Cristo son enviados al mundo con el mensaje
de paz. Quienquiera que revele el amor de Cristo por la influencia
inconsciente y silenciosa de una vida santa; quienquiera que inci-
te a los demás, por palabra o por hechos, a renunciar al pecado y
entregarse a Dios, es un pacificador.
“Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados
hijos de Dios”. El espíritu de paz es prueba de su relación con el
cielo. El dulce sabor de Cristo los envuelve. La fragancia de la vida
y la belleza del carácter revelan al mundo que son hijos de Dios. Sus
semejantes reconocen que han estado con Jesús. “Todo aquel que
ama, es nacido de Dios”. “Y si alguno no tiene el Espíritu de Cristo,
no es de él”, pero “todos los que son guiados por el Espíritu de Dios,
éstos son hijos de Dios”
“El remanente de Jacob será en medio de muchos pueblos como
el rocío de Jehová, como las lluvias sobre la hierba, las cuales no
esperan a varón, ni aguardan a hijos de hombres”
“Bienaventurados los que padecen persecución por causa de la
justicia, porque de ellos es el reino de los cielos”.
Jesús no ofrece a sus discípulos la esperanza de obtener gloria
y riquezas mundanales ni vivir sin tribulaciones. Les presenta el
privilegio de andar con su Maestro por senderos de abnegación y
vituperio, porque el mundo no los conoce.
El que vino a redimir al mundo perdido tuvo la oposición de
las fuerzas unidas de los enemigos de Dios y del hombre. En una
confederación despiadada, los hombres y los ángeles malos se ali-
nearon en orden de batalla contra el Príncipe de paz. Aunque la
compasión divina se notaba en cada una de sus palabras y acciones,