Página 33 - El Discurso Maestro de Jesucristo (1956)

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Las bienaventuranzas
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su diferencia del mundo provocó una hostilidad amarguísima. Por-
que no daba licencia a la manifestación de las malas pasiones de
nuestra naturaleza, excitó la más cruel oposición y enemistad. Así
será con todos los que vivan piadosamente en Cristo Jesús. Entre la
justicia y el pecado, el amor y el odio, la verdad y el engaño, hay
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una lucha imposible de suprimir. Cuando se presentan el amor de
Cristo y la belleza de su santidad, se le restan súbditos al reino de
Satanás, y esto incita al príncipe del mal a resistir. La persecución
y el oprobio esperan a quienes están dominados por el Espíritu de
Cristo. El carácter de la persecución cambia con el transcurso del
tiempo, pero el principio o espíritu fundamental es el mismo que dio
muerte a los elegidos de Dios desde los días de Abel.
Siempre que el hombre procure ponerse en armonía con Dios,
sabrá que la afrenta de la cruz no ha cesado. Principados, potestades
y huestes espirituales de maldad en las regiones celestes, todos se
alistan contra los que consienten en obedecer la ley del cielo. Por
eso, en vez de producirles pesar, la persecución debe llenar de alegría
a los discípulos de Cristo; porque es prueba de que siguen los pasos
de su Maestro.
Aunque el Señor no prometió eximir a su pueblo de tribulación,
le prometió algo mucho mejor. Le dijo: “Como tus días serán tus
fuerzas”. “Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la
debilidad”
Si somos llamados a entrar en el horno de fuego por
amor de Jesús, él estará a nuestro lado, así como estuvo con los tres
fieles en Babilonia. Los que aman a su Redentor se regocijarán por
toda oportunidad de compartir con él la humillación y el oprobio.
El amor que sienten hacia su Señor dulcifica el sufrimiento por su
causa.
En todas las edades, Satanás persiguió a los hijos de Dios. Los
atormentó y ocasionó su muerte; pero al morir alcanzaron la vic-
toria. En su fe constante se reveló Uno que es más poderoso que
Satanás. Este podía torturar y matar el cuerpo, pero no podía tocar la
vida escondida con Cristo en Dios. Podía encarcelar, pero no podía
aherrojar el espíritu. Más allá de la lobreguez, podían ver la gloria
y decir: “Tengo por cierto que las aflicciones del tiempo presente
no son comparables con la gloria venidera que en nosotros ha de
manifestarse”. “Porque esta leve tribulación momentánea produce
en nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria”
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