Las bienaventuranzas
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cha en el alma. El hombre cuyo corazón se apoya en Dios es, en
la hora de las pruebas más aflictivas y en las circunstancias más
desalentadoras, exactamente el mismo que cuando se veía en la
prosperidad, cuando parecía gozar de la luz y el favor de Dios. Sus
palabras, sus motivos, sus hechos, pueden ser desfigurados y fal-
seados, pero no le importa; para él están en juego otros intereses
de mayor importancia. Como Moisés, se sostiene “como viendo
al Invisible”, no mirando “las cosas que se ven, sino las que no se
ven”
Cristo sabe todo lo que los hombres han entendido mal e interpre-
tado erróneamente. Con buena razón, por aborrecidos y despreciados
que se vean, sus hijos pueden esperar llenos de confianza y paciencia,
porque no hay nada secreto que no se haya de manifestar, y los que
honran a Dios serán honrados por él en presencia de los hombres y
de los ángeles.
“Cuando por mi causa os vituperen y os persigan—dijo Jesús—
, gozaos y alegraos”. Señaló a sus oyentes que los profetas que
habían hablado en el nombre de Dios habían sido ejemplos “de
aflicción y de paciencia”. Abel, el primer cristiano entre los hijos
de Adán, murió mártir. Enoc anduvo con Dios y el mundo no lo
reconoció. Noé fue escarnecido como fanático y alarmista. “Otros
experimentaron vituperios y azotes, y a más de esto prisiones y
cárceles”. “Unos fueron atormentados, no aceptando el rescate, a fin
de obtener mejor resurrección”
En todo tiempo los mensajeros elegidos de Dios fueron víctimas
de insultos y persecución; no obstante, el conocimiento de Dios se
difundió por medio de sus aflicciones. Cada discípulo de Cristo debe
ocupar un lugar en las filas para adelantar la misma obra, sabiendo
que todo cuanto hagan los enemigos redundará en favor de la verdad.
El propósito de Dios es que la verdad se ponga al frente para que
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llegue a ser tema de examen y discusión, a pesar del desprecio que
se le haga. Tiene que agitarse el espíritu del pueblo; todo conflicto,
todo vituperio, todo esfuerzo por limitar la libertad de conciencia son
instrumentos de Dios para despertar las mentes que de otra manera
dormirían.
¡Cuán frecuentemente se ha visto este resultado en la historia de
los mensajeros de Dios! Cuando apedrearon al elocuente y noble
Esteban por instigación del Sanedrín, no hubo pérdida para la causa