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El Discurso Maestro de Jesucristo
del Evangelio. La luz del cielo que glorificó su rostro, la compasión
divina que se expresó en su última oración, llegaron a ser como una
flecha aguda de convicción para el miembro intolerante del Sanedrín
que lo observaba, y Saulo, el fariseo perseguidor, se transformó en el
instrumento escogido para llevar el nombre de Cristo a los gentiles,
a los reyes y al pueblo de Israel. Mucho después, el anciano Pablo
escribió desde su prisión en Roma: “Algunos, a la verdad, predican a
Cristo por envidia y contienda... No sinceramente, pensando añadir
aflicción a mis prisiones... No obstante, de todas maneras, o por pre-
texto o por verdad, Cristo es anunciado”. Gracias al encarcelamiento
de Pablo, se diseminó el Evangelio y hubo almas que se salvaron
para Cristo en el mismo palacio de los césares. Por los esfuerzos
de Satanás para destruirla, la simiente “incorruptible” de la Palabra
de Dios, la cual “vive y permanece para siempre”
se esparce en
los corazones de los hombres; por el oprobio y la persecusión que
sufren sus hijos, el nombre de Cristo es engrandecido y se redimen
las almas.
Grande es la recompensa en los cielos para quienes testifican
por Cristo en medio de la persecución y el vituperio. Mientras que
los hombres buscan bienes transitorios, Jesús les indica un galardón
celestial. No lo sitúa todo en la vida venidera sino que empieza
aquí mismo. El Señor se manifestó a Abrahán, y le dijo: “Yo soy
tu escudo, y tu galardón será sobremanera grande”
Este es el
galardón de todos los que siguen a Cristo. Verse en armonía con
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Jehová Emmanuel, “en quien están escondidos todos los tesoros de la
sabiduría y del conocimiento” y en quien “habita corporalmente toda
la plenitud de la Deidad”, conocerlo, poseerlo, mientras el corazón
se abre más y más para recibir sus atributos, saber lo que es su amor
y su poder, poseer las riquezas inescrutables de Cristo, comprender
mejor “cuál sea la anchura, la longitud, la profundidad y la altura”,
y “conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para
que seáis llenos de toda la plenitud de Dios”, “ésta es la herencia
de los siervos del Señor, ésta es la justicia que deben esperar de mí,
dice el Señor”
La alegría llenaba los corazones de Pablo y Silas cuando oraban
y entonaban alabanzas a Dios a medianoche en el calabozo de Fi-
lipos. Cristo estaba con ellos allí y la luz de su presencia disipaba
la oscuridad con la gloria de los atrios celestiales. Desde Roma,