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El Discurso Maestro de Jesucristo
Jesús añadió esta solemne amonestación: “Si la sal hubiere per-
dido su sabor ¿con qué será ella misma salada? No sirve ya para
nada, sino para ser echada fuera, y hollada de los hombres” (VM).
Al escuchar las palabras de Cristo, la gente podía ver la sal,
blanca y reluciente, arrojada en los senderos porque había perdido
el sabor y resultaba, por lo tanto, inútil. Simbolizaba muy bien la
condición de los fariseos y el efecto de su religión en la sociedad.
Representa la vida de toda alma de la cual se ha separado el poder de
la gracia de Dios, dejándola fría y sin Cristo. No importa lo que esa
alma profese, es considerada insípida y desagradable por los ángeles
y por los hombres. A tales personas dice Cristo: “¡Ojalá fueses frío o
caliente! Pero por cuanto eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré
de mi boca”
Sin una fe viva en Cristo como Salvador personal, nos es imposi-
ble ejercer influencia eficaz sobre un mundo escéptico. No podemos
dar a nuestros prójimos lo que nosotros mismos no poseemos. La in-
fluencia que ejercemos para bendecir y elevar a los seres humanos se
mide por la devoción y la consagración a Cristo que nosotros mismos
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tenemos. Si no prestamos un servicio verdadero, y no tenemos amor
sincero, ni hay realidad en nuestra experiencia, tampoco tenemos
poder para ayudar ni relación con el cielo, ni hay sabor de Cristo
en nuestra vida. A menos que el Espíritu Santo pueda emplearnos
como agentes para comunicar la verdad de Jesús al mundo, somos
como la sal que ha perdido el sabor y quedado totalmente inútil.
Por faltarnos la gracia de Cristo, atestiguamos ante el mundo que
la verdad en la cual aseguramos confiar no tiene poder santificador;
y así, en la medida de nuestra propia influencia, anulamos el poder
de la Palabra de Dios. “Si yo hablase lenguas humanas y angélicas,
y no tengo amor, vengo a ser como metal que resuena, o címbalo
que retiñe... Y si tuviese toda la fe, de tal manera que trasladase los
montes, y no tengo amor, nada soy. Y si repartiese todos mis bienes
para dar de comer a los pobres, y si entregase mi cuerpo para ser
quemado, y no tengo amor, de nada me sirve”
Cuando el amor llena el corazón, fluye hacia los demás, no por
los favores recibidos de ellos, sino porque el amor es el principio de
la acción. El amor cambia el carácter, domina los impulsos, vence
la enemistad y ennoblece los afectos. Tal amor es tan ancho como
el universo y está en armonía con el amor de los ángeles que obran.