Página 39 - El Discurso Maestro de Jesucristo (1956)

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Las bienaventuranzas
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Cuando se lo alberga en el corazón, este amor endulza la vida entera
y vierte sus bendiciones en derredor. Esto, y únicamente esto, puede
convertirnos en la sal de la tierra.
“Vosotros sois la luz del mundo”.
Al enseñar al pueblo, Jesús creaba interés en sus lecciones y
retenía la atención de sus oyentes mediante frecuentes ilustraciones
sacadas de las escenas de la naturaleza que los rodeaba. Se había
congregado la gente por la mañana. El sol glorioso, que ascendía en
el cielo azul, disipaba las sombras en los valles y en los angostos
desfiladeros de las montañas. El resplandor del sol inundaba la
tierra; el agua tranquila del lago reflejaba la dorada luz y servía de
espejo a las rosadas nubes matutinas. Cada capullo, cada flor y cada
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rama frondosa centelleaban con su carga de rocío. La naturaleza
sonreía bajo la bendición de un nuevo día, y de los árboles brotaban
los melodiosos trinos de los pájaros. El Salvador miró al grupo
que lo acompañaba, luego al sol naciente, y dijo a sus discípulos:
“Vosotros sois la luz del mundo”. Así como sale el sol en su misión
de amor para disipar las sombras de la noche y despertar el mundo,
los seguidores de Cristo también han de salir para derramar la luz
del cielo sobre los que se encuentran en las tinieblas del error y el
pecado.
En la luz radiante de la mañana se destacaban claramente las
aldeas y los pueblos en los cerros circundantes, y eran detalles atrac-
tivos de la escena. Señalándolos, Jesús dijo: “Una ciudad asentada
sobre un monte no se puede esconder”. Luego añadió: “Ni se en-
ciende una lámpara y se pone debajo de un almud, sino sobre el
candelero, y alumbra a todos los que están en casa”. La mayoría
de los oyentes de Cristo eran campesinos o pescadores, en cuyas
humildes moradas había un solo cuarto, en el que una sola lámpara,
desde su sitio, alumbraba a toda la casa. “Así—dijo Jesús—alumbre
vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas
obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos”.
Nunca ha brillado, ni brillará jamás, otra luz para el hombre
caído, fuera de la que procede de Cristo. Jesús, el Salvador, es la
única luz que puede disipar las tinieblas de un mundo caído en el
pecado. De Cristo está escrito: “En él estaba la vida, y la vida era