Página 41 - El Discurso Maestro de Jesucristo (1956)

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Las bienaventuranzas
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eran sinceros entre ellos fueron luces para las naciones circundantes.
Por su medio Dios se reveló al mundo. De Daniel y sus compañeros
en Babilonia, de Mardoqueo en Persia, brotaron vívidos rayos de luz
en medio de las tinieblas de las cortes reales. De igual manera han
sido puestos los discípulos de Cristo como portaluces en el camino
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al cielo. Por su medio, la misericordia y la bondad del Padre se
manifiestan a un mundo sumido en la oscuridad de una concepción
errónea de Dios. Al ver sus obras buenas, otros se sienten inducidos
a dar gloria al Padre celestial; porque resulta manifiesto que hay en
el trono del universo un Dios cuyo carácter es digno de alabanza
e imitación. El amor divino que arde en el corazón y la armonía
cristiana revelada en la vida son como una vislumbre del cielo,
concedida a los hombres para que se den cuenta de la excelencia
celestial.
Así es como los hombres son inducidos a creer en “el amor que
Dios tiene para con nosotros”. Así los corazones que antes eran
pecaminosos y corrompidos son purificados y transformados para
presentarse “sin mancha delante de su gloria con grande alegría”
Las palabras del Salvador “Vosotros sois la luz del mundo” indi-
can que confió a sus seguidores una misión de alcance mundial. En
los tiempos de Cristo, el orgullo, el egoísmo y el prejuicio habían le-
vantado una muralla de separación sólida y alta entre los que habían
sido designados custodios de los oráculos sagrados y las demás na-
ciones del mundo. Cristo vino a cambiar todo esto. Las palabras que
el pueblo oía de sus labios eran distintas de cuantas había escuchado
de sacerdotes o rabinos. Cristo derribó la muralla de separación, el
amor propio, y el prejuicio divisor del nacionalismo egoísta; enseñó
a amar a toda la familia humana. Elevó al hombre por encima del
círculo limitado que les prescribía su propio egoísmo; anuló toda
frontera territorial y toda distinción artificial de las capas sociales.
Para él no había diferencia entre vecinos y extranjeros ni entre ami-
gos y enemigos. Nos enseña a considerar a cada alma necesitada
como nuestro prójimo y al mundo como nuestro campo.
Así como los rayos del sol penetran hasta las partes más remotas
del mundo, Dios quiere que el Evangelio llegue a toda alma en
la tierra. Si la iglesia de Cristo cumpliera el propósito del Señor,
se derramaría luz sobre todos los que moran en las tinieblas y en
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regiones de sombra de muerte. En vez de agruparse y rehuir la