Página 51 - El Discurso Maestro de Jesucristo (1956)

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La espiritualidad de la ley
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exteriores de la ley, no lograban hacerlos santos. No eran limpios de
corazón, ni nobles ni parecidos a Cristo en carácter.
Una religión formalista no basta para poner el alma en armo-
nía con Dios. La ortodoxia rígida e inflexible de los fariseos, sin
contrición, ni ternura ni amor, no era más que un tropiezo para los
pecadores. Se asemejaban ellos a sal que hubiera perdido su sabor;
porque su influencia no tenía poder para proteger al mundo contra la
corrupción. La única fe verdadera es la que “obra por el amor
para
purificar el alma. Es como una levadura que transforma el carácter.
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Los judíos debían haber aprendido todo esto de las enseñanzas de
los profetas. Siglos atrás, la súplica del alma por la justificación en
Dios había hallado expresión y respuesta en las palabras del profeta
Miqueas: “¿Con qué me presentaré ante Jehová, y adoraré al Dios
Altísimo? ¿Me presentaré ante él con holocaustos, con becerros de
un año? ¿Se agradará Jehová de millares de carneros, o de diez mil
arroyos de aceite?... Oh hombre, él te ha declarado lo que es bueno, y
qué pide Jehová de ti: solamente hacer justicia, y amar misericordia,
y humillarte ante tu Dios”
El profeta Oseas había señalado lo que constituye la esencia
del farisaísmo, en las siguientes palabras: “Israel es una frondosa
viña, que da abundante fruto para sí misma”
En el servicio que
profesaban prestar a Dios, los judíos trabajaban en realidad para sí
mismos. Su justicia era fruto de sus propios esfuerzos para observar
la ley, conforme a sus propias ideas y para su propio bien egoísta.
Por lo tanto, no podía ser mejor que ellos. En sus esfuerzos para
hacerse santos, procuraban sacar cosa limpia de algo inmundo. La
ley de Dios es tan santa como él, tan perfecta como él. Presenta a
los hombres la justicia de Dios. Es imposible que los seres humanos,
por sus propias fuerzas, observen esta ley; porque la naturaleza del
hombre es depravada, deforme y enteramente distinta del carácter
de Dios. Las obras del corazón egoísta son “como suciedad, y todas
nuestras justicias como trapo de inmundicia”
Aunque la ley es santa, los judíos no podían alcanzar la justicia
por sus propios esfuerzos para guardarla. Los discípulos de Cristo
debían buscar una justicia diferente de la justicia de los fariseos,
si querían entrar en el reino de los cielos. Dios les ofreció, en su
Hijo, la justicia perfecta de la ley. Si querían abrir sus corazones
para recibir plenamente a Cristo, entonces la vida misma de Dios, su