Página 54 - El Discurso Maestro de Jesucristo (1956)

Basic HTML Version

50
El Discurso Maestro de Jesucristo
“Reconcíliate primero con tu hermano”.
El amor de Dios es algo más que una simple negación; es un
principio positivo y eficaz, una fuente viva que corre eternamente
para beneficiar a otros. Si el amor de Cristo mora en nosotros, no
sólo no abrigaremos odio alguno hacia nuestros semejantes, sino que
trataremos de manifestarles nuestro amor de toda manera posible.
Dice Jesús: “Si traes tu ofrenda al altar, y allí te acuerdas de
que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda delante del
altar, y anda, reconcíliate primero con tu hermano, y entonces ven y
presenta tu ofrenda”. Las ofrendas de sacrificio expresaban que el
dador creía que por Cristo había llegado a participar de la gracia del
amor de Dios. Pero el que expresara fe en el amor perdonador de
Dios y al mismo tiempo cultivase un espíritu de animosidad, estaría
tan sólo representando una farsa.
Cuando alguien que profesa servir a Dios perjudica a un her-
mano suyo, calumnia el carácter de Dios ante ese hermano, y para
reconciliarse con Dios debe confesar el daño causado y reconocer
su pecado. Puede ser que nuestro hermano nos haya causado un
perjuicio aún más grave que el que nosotros le produjimos, pero esto
no disminuye nuestra responsabilidad. Si cuando nos presentamos
ante Dios recordamos que otra persona tiene algo contra nosotros,
debemos dejar nuestra ofrenda de oración, gratitud o buena voluntad,
e ir al hermano con quien discrepamos y confesar humildemente
nuestro pecado y pedir perdón.
Si hemos defraudado o perjudicado en algo a nuestro hermano,
debemos repararlo. Si hemos dado falso testimonio sin saberlo, si
hemos repetido equivocadamente sus palabras, si hemos afectado su
influencia de cualquier manera que sea, debemos ir a las personas
con quienes hemos hablado de él, y retractarnos de todos nuestros
dichos perjudiciales.
Si las dificultades entre hermanos no se manifestaran a otros, sino
que se resolvieran francamente entre ellos mismos, con espíritu de
[54]
amor cristiano, ¡cuánto mal se evitaría! ¡Cuántas raíces de amargura
que contaminan a muchos quedarían destruidas, y con cuánta fuerza
y ternura se unirían los seguidores de Cristo en su amor!