Página 55 - El Discurso Maestro de Jesucristo (1956)

Basic HTML Version

La espiritualidad de la ley
51
“Cualquiera que mira a una mujer para codiciarla, ya adulteró
con ella en su corazón”.
Los judíos se enorgullecían de su moralidad y se horrorizaban
de las costumbres sensuales de los paganos. La presencia de los
jefes romanos, enviados a Palestina por causa del gobierno imperial,
era una ofensa continua para el pueblo; porque con estos gentiles
habían venido muchas costumbres paganas, lascivia y disipación.
En Capernaum, los jefes romanos asistían a los paseos y desfiles
con sus frívolas mancebas, y a menudo el ruido de sus orgías inte-
rrumpía la quietud del lago cuando sus naves de placer se deslizaban
sobre las tranquilas aguas. La gente esperaba que Jesús denunciase
ásperamente a esa clase; pero con asombro escuchó palabras que
revelaban el mal de sus propios corazones.
Cuando se aman y acarician malos pensamientos, por muy en
secreto que sea, dijo Jesús, se demuestra que el mal reina todavía en
el corazón. El alma sigue sumida en hiel de amargura y sometida a
la iniquidad. El que halla placer espaciándose en escenas impuras,
cultiva malos pensamientos y echa miradas sensuales, puede con-
templar en el pecado visible, con su carga de vergüenza y aflicción
desconsoladora, la verdadera naturaleza del mal que lleva oculto en
su alma. El momento de tentación en que posiblemente se caiga en
pecado gravoso no crea el mal que se manifiesta; sólo desarrolla o
revela lo que estaba latente y oculto en el corazón. “Porque cual es
su pensamiento en su corazón, tal es él”, ya que del corazón “mana
la vida”
“Si tu mano derecha te es ocasión de caer, córtala, y échala de
ti”.
Para evitar que la enfermedad se extienda por el cuerpo y des-
truya la vida, el hombre permite que se le ampute hasta la mano
[55]
derecha. Debería estar aún más dispuesto a renunciar a lo que pone
en peligro la vida del alma.
Las almas degradadas y esclavizadas por Satanás han de ser
redimidas por el Evangelio para participar de la libertad gloriosa de
los hijos de Dios. El propósito de Dios no es únicamente librarnos
del sufrimiento que es consecuencia inevitable del pecado, sino