Página 56 - El Discurso Maestro de Jesucristo (1956)

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El Discurso Maestro de Jesucristo
salvarnos del pecado mismo. El alma corrompida y deformada debe
ser limpiada y transformada para ser vestida con “la luz de Jehová
nuestro Dios”. Debemos ser “hechos conformes a la imagen de su
Hijo”. “Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido en corazón
de hombre, son las que Dios ha preparado para los que le aman”
Sólo la eternidad podrá revelar el destino glorioso del hombre en
quien se restaure la imagen de Dios.
Para que podamos alcanzar este alto ideal, debe sacrificarse todo
lo que le causa tropiezo al alma. Por medio de la voluntad, el pecado
retiene su dominio sobre nosotros. La rendición de la voluntad se
representa como la extracción del ojo o la amputación de la mano.
A menudo nos parece que entregar la voluntad a Dios es aceptar
una vida contrahecha y coja; pero es mejor, dice Cristo, que el yo
esté contrahecho, herido y cojo, si por este medio puede el individuo
entrar en la vida. Lo que le parece desastre es la puerta de entrada al
beneficio supremo.
Dios es la fuente de la vida, y sólo podemos tener vida cuando
estamos en comunión con él. Separados de Dios, podemos existir
por corto tiempo, pero no poseemos la vida. “La que se entrega a los
placeres, viviendo está muerta”
Únicamente cuando entregamos
nuestra voluntad a Dios, él puede impartirnos vida. Sólo al recibir su
vida por la entrega del yo es posible, dijo Jesús, que se venzan estos
pecados ocultos que he señalado. Podéis encerrarlos en el corazón y
esconderlos a los ojos humanos, pero ¿cómo compareceréis ante la
presencia de Dios?
Si os aferráis al yo y rehusáis entregar la voluntad a Dios, elegís
la muerte. Dondequiera que esté el pecado, Dios es para él un fuego
devorador. Si elegís el pecado y rehusáis separaros de él, la presencia
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de Dios que consume el pecado también os consumirá a vosotros.
Requiere sacrificio entregarnos a Dios, pero es sacrificio de lo in-
ferior por lo superior, de lo terreno por lo espiritual, de lo perecedero
por lo eterno. No desea Dios que se anule nuestra voluntad, porque
solamente mediante su ejercicio podemos hacer lo que Dios quiere.
Debemos entregar nuestra voluntad a él para que podamos recibirla
de vuelta purificada y refinada, y tan unida en simpatía con el Ser
divino que él pueda derramar por nuestro medio los raudales de su
amor y su poder. Por amarga y dolorosa que parezca esta entrega al
corazón voluntarioso y extraviado, aun así nos dice: “Mejor te es”.