Página 62 - El Discurso Maestro de Jesucristo (1956)

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El Discurso Maestro de Jesucristo
romana, y aun mientras Jesús enseñaba, una compañía de soldados
romanos que se hallaba a la vista recordó a sus oyentes cuán amarga
era la humillación de Israel. El pueblo miraba ansiosamente a Cristo,
esperando que él fuese quien humillaría el orgullo de Roma.
Miró Jesús con tristeza los rostros vueltos hacia él. Notó el
espíritu de venganza que había dejado su impresión maligna sobre
ellos, y reconoció con cuánta amargura el pueblo ansiaba poder para
aplastar a sus opresores. Tristemente, les aconsejó: “No resistáis al
que es malo; antes, a cualquiera que te hiera en tu mejilla derecha,
vuélvele también la otra”.
Estas palabras eran una repetición de la enseñanza del Antiguo
Testamento. Es verdad que la regla “ojo por ojo, diente por diente”,
se hallaba entre las leyes dictadas por Moisés; pero era un estatuto
civil. Nadie estaba justificado para vengarse, porque el Señor había
dicho: “No digas: Yo me vengaré”. “No digas: Como me hizo, así
le haré”. “Cuando cayere tu enemigo, no te regocijes”. “Si el que te
aborrece tuviere hambre, dale de comer pan, y si tuviere sed, dale
de beber agua”
Toda la vida terrenal de Jesús fue una manifestación de este
principio. Para traer el pan de vida a sus enemigos, nuestro Salvador
dejó su hogar en los cielos. Aunque desde la cuna hasta el sepul-
cro lo abrumaron las calumnias y la persecución, Jesús no les hizo
frente sino expresando su amor perdonador. Por medio del profeta
Isaías, dice: “Di mi cuerpo a los heridores, y mis mejillas a los que
me mesaban la barba; no escondí mi rostro de injurias y de espu-
tos”. “Angustiado él, y afligido, no abrió su boca; como cordero fue
llevado al matadero; y como oveja delante de sus trasquiladores,
enmudeció, y no abrió su boca”
Desde la cruz del Calvario, resue-
nan a través de los siglos su oración en favor de sus asesinos y el
mensaje de esperanza al ladrón moribundo.
Cristo vivía rodeado de la presencia del Padre, y nada le aconte-
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ció que no fuese permitido por el Amor infinito para bien del mundo.
Esto era su fuente de consuelo, y lo es también para nosotros. El
que está lleno del Espíritu de Cristo mora en Cristo. El golpe que se
le dirige a él, cae sobre el Salvador, que lo rodea con su presencia.
Todo cuanto le suceda viene de Cristo. No tiene que resistir el mal,
porque Cristo es su defensor. Nada puede tocarlo sin el permiso de