Página 71 - El Discurso Maestro de Jesucristo (1956)

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El verdadero motivo del servicio
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Nadie puede dejar que por su vida y su corazón fluya hacia los
demás el río de bendiciones celestiales sin recibir para sí mismo una
rica recompensa. Las laderas de los collados y los llanos no sufren
porque por ellos corren ríos que se dirigen al mar. Lo que dan se les
retribuye cien veces, porque el arroyo que pasa cantando deja tras
sí regalos de vegetación y fertilidad. En sus orillas la hierba es más
verde; los árboles, más lozanos; las flores, más abundantes. Cuando
los campos se ven yermos y agostados por el calor abrasador del
verano, la corriente del río se destaca por su línea de verdor, y el
llano que facilitó el transporte de los tesoros de las montañas hasta
el mar se viste de frescura y belleza, atestiguando así la recompensa
que la gracia de Dios da a cuantos sirven de conductos para las
bendiciones del cielo.
Tal es la bendición para quienes son misericordiosos con los
pobres. El profeta Isaías dice: “¿No es que partas tu pan con el
hambriento, y a los pobres errantes albergues en casa; que cuando
veas al desnudo, lo cubras, y no te escondas de tu hermano? Entonces
nacerá tu luz como el alba, y tu salvación se dejará ver pronto...
Jehová te pastoreará siempre, y en las sequías saciará tu alma..., y
serás como huerto de riego, y como manantial de aguas, cuyas aguas
nunca faltan”
La obra de beneficencia es dos veces bendita. Mientras el que
da a los menesterosos los beneficia, él mismo se beneficia en grado
aún mayor. La gracia de Cristo en el alma desarrolla atributos del
carácter que son opuestos al egoísmo, atributos que han de refinar,
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ennoblecer y enriquecer la vida. Los actos de bondad hechos en
secreto ligarán los corazones y los acercarán al corazón de Aquel
de quien mana todo impulso generoso. Las pequeñas atenciones y
los actos insignificantes de amor y de sacrificio, que manan de la
vida tan quedamente como la fragancia de una flor, constituyen una
gran parte de las bendiciones y felicidades de la vida. Al fin se verá
que la abnegación para bien y dicha de los demás, por humilde e
inadvertida que sea en la tierra, se reconoce en el cielo como muestra
de nuestra unión con el Rey de gloria, quien, siendo rico, se hizo
pobre por nosotros.
Aunque los actos de bondad sean realizados en secreto, no se
puede esconder su resultado sobre el carácter del que los realiza.
Si trabajamos sin reserva como seguidores de Cristo, el corazón se