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El Discurso Maestro de Jesucristo
que mora en nosotros. Las dificultades exteriores no pueden afectar
la vida que se vive por la fe en el Hijo de Dios.
“Y orando, no uséis vanas repeticiones, como los gentiles”.
Los paganos pensaban que sus oraciones tenían en sí méritos
para expiar el pecado. Por lo tanto, cuanto más larga fuera la oración,
mayor mérito tenía. Si por sus propios esfuerzos podían hacerse
santos, tendrían entonces algo en que regocijarse y de lo cual hacer
alarde. Esta idea de la oración resulta de la creencia en la expiación
por el propio mérito en que se basa toda religión falsa. Los fariseos
habían adoptado este concepto pagano de la oración, que existe
todavía hasta entre los que profesan ser cristianos. La repetición de
expresiones prescritas y formales mientras el corazón no siente la
necesidad de Dios, es comparable con las “vanas repeticiones” de
los gentiles.
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La oración no es expiación del pecado, y de por sí no tiene mé-
rito ni virtud. Todas las palabras floridas que tengamos a nuestra
disposición no equivalen a un solo deseo santo. Las oraciones más
elocuentes son palabrería vana si no expresan los sentimientos sin-
ceros del corazón. La oración que brota del corazón ferviente, que
expresa con sencillez las necesidades del alma así como pediríamos
un favor a un amigo terrenal esperando que lo hará, ésa es la oración
de fe. Dios no quiere nuestras frases de simple ceremonia; pero el
clamor inaudible de quien se siente quebrantado por la convicción
de sus pecados y su debilidad llega al oído del Padre misericordioso.
“Cuando ayunéis, no seáis... como los hipócritas”.
El ayuno que la Palabra de Dios ordena es algo más que una
formalidad. No consiste meramente en rechazar el alimento, vestirse
de cilicio, o echarse cenizas sobre la cabeza. El que ayuna verda-
deramente entristecido por el pecado no buscará la oportunidad de
exhibirse.
El propósito del ayuno que Dios nos manda observar no es afligir
el cuerpo a causa de los pecados del alma, sino ayudarnos a percibir
el carácter grave del pecado, a humillar el corazón ante Dios y a reci-