El verdadero motivo del servicio
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bir su gracia perdonadora. Mandó a Israel: “Rasgad vuestro corazón,
y no vuestros vestidos, y convertíos a Jehová vuestro Dios”
A nada conducirá el hacer penitencia ni el pensar que por nuestras
propias obras mereceremos o compraremos una heredad con los
santos. Cuando se le preguntó a Cristo: “¿Qué debemos hacer para
poner en práctica las obras de Dios?”, él respondió: “Esta es la obra
de Dios, que creáis en el que él ha enviado”
Arrepentirse es alejarse
del yo y dirigirse a Cristo; y cuando recibamos a Cristo, para que por
la fe él pueda vivir en nosotros, las obras buenas se manifestarán.
Dijo Jesús: “Pero tú, cuando ayunes, unge tu cabeza y lava tu
rostro, para no mostrar a los hombres que ayunas, sino a tu Padre
que está en secreto”. Todo lo que se hace para gloria de Dios tiene
que hacerse con alegría, no con tristeza o dolor. No hay nada lóbrego
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en la religión de Cristo. Si por su actitud de congoja los cristianos
dan la impresión de haberse chasqueado en el Señor, presentan una
concepción falsa de su carácter, y proporcionan argumentos a sus
enemigos. Aunque de palabra llamen a Dios su Padre, su pesadumbre
y tristeza los hace parecer huérfanos ante todo el mundo.
Cristo desea que su servicio parezca atractivo, como lo es en
verdad. Revélense al Salvador compasivo los actos de abnegación y
las pruebas secretas del corazón. Dejemos las cargas al pie de la cruz,
y sigamos adelante regocijándonos en el amor del que primeramente
nos amó. Los hombres no conocerán tal vez la obra que se hace
secretamente entre el alma y Dios, pero se manifestará a todos el
resultado de la actuación del Espíritu sobre el corazón, porque él,
“que ve en lo secreto, te recompensará en público”.
“No os hagáis tesoros en la tierra”.
Los tesoros acumulados en la tierra no perduran: los ladrones
entran y los roban; los arruinan el orín y la polilla; el incendio y
la tempestad pueden barrer nuestros bienes. Y “donde esté vuestro
tesoro, allí estará también vuestro corazón”. Lo que se atesora en el
mundo absorberá la mente y excluirá aun las cosas del cielo.
El amor al dinero era la pasión dominante en la época de los
judíos. La mundanalidad usurpaba en el alma el lugar de Dios y de
la religión. Así ocurre ahora. La ambición avarienta de acumular
riquezas tiene tal ensalmo sobre la vida, que termina por pervertir