Página 77 - El Discurso Maestro de Jesucristo (1956)

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El verdadero motivo del servicio
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afectos se dirigen hacia otros, y se ve estimulado para consagrarse
más completamente a Dios, a fin de poder hacerles el mayor bien
posible.
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En el día final, cuando desaparezcan las riquezas del mundo, el
que haya guardado tesoros en el cielo verá lo que su vida ganó. Si
hemos prestado atención a las palabras de Cristo, al congregarnos
alrededor del gran trono blanco veremos almas que se habrán salvado
como consecuencia de nuestro ministerio; sabremos que uno salvó a
otros, y éstos, a otros aún. Esta muchedumbre, traída al puerto de
descanso como fruto de nuestros esfuerzos, depositará sus coronas
a los pies de Jesús y lo alabará por los siglos interminables de
la eternidad. ¡Con qué alegría verá el obrero de Cristo aquellos
redimidos, participantes de la gloria del Redentor! ¡Cuán precioso
será el cielo para quienes hayan trabajado fielmente por la salvación
de las almas!
“Si, pues, habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba,
donde está Cristo sentado a la diestra de Dios”
“Si tu ojo es bueno, todo tu cuerpo estará lleno de luz”.
Lo que el Señor señala en estas palabras es la sinceridad de
propósito, la devoción indivisa a Dios. Si existe esta sinceridad de
propósito, y no hay vacilación para percibir y obedecer la verdad a
cualquier costo, se recibirá luz divina. La piedad verdadera comienza
cuando cesa la transigencia con el pecado. Entonces la expresión
del corazón será la del apóstol Pablo: “Una cosa hago: olvidando
ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delan-
te, prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios
en Cristo Jesús”. “Aun estimo todas las cosas como pérdida por la
excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por amor del
cual lo he perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo”
Cuando la vista está cegada por el amor propio, hay solamen-
te oscuridad. “Pero si tu ojo es maligno, todo tu cuerpo estará en
tinieblas”. Era ésta la oscuridad que envolvió a los judíos en obsti-
nada incredulidad y los imposibilitó para comprender el carácter y
la misión del que vino a salvarlos de sus pecados.
El ceder a la tentación empieza cuando se permite a la mente
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vacilar y ser inconstante en la confianza en Dios. Si no decidimos