Página 78 - El Discurso Maestro de Jesucristo (1956)

Basic HTML Version

74
El Discurso Maestro de Jesucristo
entregarnos por completo a Dios, quedamos en tinieblas. Cuando
hacemos cualquier reserva, abrimos la puerta por la cual Satanás
puede entrar para extraviarnos con sus tentaciones. El sabe que si
puede oscurecer nuestra visión para que el ojo de la fe no vea a Dios,
no tendremos protección contra el pecado.
El predominio de un deseo pecaminoso revela que el alma está
engañada. Cada vez que se cede a dicho deseo se refuerza la aversión
del alma contra Dios. Al seguir el sendero elegido por Satanás, nos
vemos envueltos por las sombras del mal; cada paso nos lleva a
tinieblas más densas y agrava la ceguera del corazón.
En el mundo espiritual rige la misma ley que en el natural. Quien
more en tinieblas perderá al fin el sentido de la vista. Estará rodeado
por una oscuridad más densa que la de medianoche, y no le puede
traer luz el mediodía más brillante. “Anda en tinieblas, y no sabe a
dónde va, porque las tinieblas le han cegado los ojos”
Por abrigar
el mal con persistencia, por despreciar con obstinación las súplicas
del amor divino, el pecador pierde el amor a lo bueno, el deseo
de Dios y aun la capacidad misma de recibir la luz del cielo. La
invitación de la misericordia sigue rebosando amor, la luz brilla con
tanto resplandor como cuando iluminó por vez primera el alma; pero
la voz cae en oídos sordos; la luz, en ojos cegados.
Ninguna alma se encuentra desamparada definitivamente por
Dios ni abandonada para seguir sus propios pasos, mientras haya
esperanza de salvarla. “Dios no se aparta del hombre, sino el hombre
de Dios”. Nuestro Padre celestial nos sigue con amonestaciones, sú-
plicas y promesas de compasión hasta que las nuevas oportunidades
y privilegios resultan totalmente inútiles. La responsabilidad es del
pecador. Al resistir hoy al Espíritu de Dios, apareja el camino para
la segunda oposición a la luz cuando venga con mayor poder. Así va
de oposición en oposición, hasta que la luz no lo conmueve más, y
él no responde ya de ninguna manera al Espíritu de Dios. Entonces
aun la luz que está en él se ha convertido en tinieblas. La verdad
[80]
misma que conocía se ha pervertido de tal manera que intensifica la
ceguera del alma.