Página 79 - El Discurso Maestro de Jesucristo (1956)

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El verdadero motivo del servicio
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“Ninguno puede servir a dos señores”.
Cristo no dice que el hombre no querrá servir a dos señores ni
que no deberá servirlos, sino que
no puede
hacerlo. Los intereses
de Dios y los de Mammó
no pueden armonizar en forma alguna.
Donde la conciencia del cristiano le aconseja abstenerse, negarse a
sí mismo, detenerse, allí mismo el hombre del mundo avanza para
gratificar sus tendencias egoístas. A un lado de la linea divisoria
se encuentra el abnegado seguidor de Cristo; al otro lado se halla
el amante del mundo, dedicado a satisfacerse a sí mismo, siervo
de la moda, embebido en frivolidades, regodeándose con placeres
prohibidos. A ese lado de la línea no puede pasar el cristiano.
Nadie puede ocupar una posición neutral; no existe una posición
intermedia, en la que no se ame a Dios y tampoco se sirva al enemigo
de la justicia. Cristo ha de vivir en sus agentes humanos, obrar por
medio de sus facultades y actuar por sus habilidades. Ellos deben
someter su voluntad a la de Cristo y obrar con su Espíritu. Entonces,
ya no son ellos los que viven, sino que Cristo vive en ellos. Quien
no se entrega por entero a Dios se ve gobernado por otro poder y
escucha otra voz, cuyas sugestiones revisten un carácter completa-
mente distinto. El servicio a medias coloca al agente humano del
lado del enemigo, como aliado eficaz de los ejércitos de las tinieblas.
Cuando los que profesan ser soldados de Cristo se unen a la confe-
deración de Satanás y colaboran con él, se revelan como enemigos
de Cristo. Traicionan cometidos sagrados. Constituyen un eslabón
entre Satanás y los soldados fieles; y por medio de dichos agentes el
enemigo trabaja constantemente para seducir los corazones de los
soldados de Cristo.
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El baluarte más fuerte del vicio en nuestro mundo no es la vida
perversa del pecador abandonado ni del renegado envilecido; es la
vida que en otros aspectos parece virtuosa y noble, pero en la cual
se alberga un pecado, se consiente un vicio. Para el alma que lucha
secretamente contra alguna tentación gigantesca, que tiembla al bor-
de del precipicio, tal ejemplo es uno de los alicientes más poderosos
para pecar. Aquel que, a pesar de estar dotado de un alto concepto
Mammón
es el nombre que se daba a las riquezas. Se cree que en la religión pagana
de los fenicios se daba ese nombre al dios de las riquezas. Cristo emplea esta palabra
como símbolo del amor o idolatría de las riquezas.—
La Redacción.