Página 81 - El Discurso Maestro de Jesucristo (1956)

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El verdadero motivo del servicio
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escribió un mensaje para nosotros, en un idioma que el corazón
puede leer sólo cuando desaprende las lecciones de desconfianza,
egoísmo y congoja corrosiva. ¿Por qué nos dio él las aves canoras y
las delicadas flores, si no por la superabundancia del amor paternal,
para llenar de luz y alegría el sendero de nuestra vida? Sin las flores
y los pájaros tendríamos todo lo necesario para vivir, pero Dios no
se contentó con facilitar únicamente lo que bastaba para mantener
la vida. Llenó la tierra, el aire y el cielo con vislumbres de belleza
para expresarnos su amante solicitud por nosotros. La hermosura de
todas las cosas creadas no es nada más que un reflejo del esplendor
de su gloria. Si para contribuir a nuestra dicha y alegría prodigó tan
infinita belleza en las cosas naturales, ¿podemos dudar de que nos
dará toda bendición que necesitamos?
“Considerad los lirios”. Cada flor que abre sus pétalos al sol
obedece las mismas grandes leyes que rigen las estrellas; y ¡cuán
sencilla, dulce y hermosa es su vida! Por medio de las flores, Dios
quiere llamarnos la atención a la belleza del carácter cristiano. El
que dotó de tal belleza a las flores desea, muchísimo más, que el
alma se vista con la hermosura del carácter de Cristo.
Considerad cómo crecen los lirios, dijo Cristo; cómo, al brotar
del suelo frío y oscuro, o del fango en el cauce de un río, las plantas
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se desarrollan bellas y fragantes. ¿Quién imaginaría las posibilidades
de belleza que se esconden en el bulbo áspero y oscuro del lirio?
Pero cuando la vida de Dios, oculta en su interior, se desarrolla en
respuesta a su llamamiento mediante la lluvia y el sol, maravilla
a los hombres por su visión de gracia y belleza. Así también se
desarrollará la vida de Dios en toda alma humana que se entregue al
ministerio de su gracia, la que tan gratuitamente como la lluvia y el
sol llega con su bendición para todos. Es la palabra de Dios la que
crea las flores; y la misma palabra producirá en nosotros las gracias
de su Espíritu.
La ley de Dios es una ley de amor. El nos rodeó de hermosura
para enseñarnos que no estamos en la tierra únicamente para mirar
por nosotros mismos, para cavar y construir, para trabajar e hilar,
sino para hacer la vida esplendorosa, alegre y bella por el amor de
Cristo. Así como las flores, hemos de alegrar otras vidas con el
ministerio del amor.