Capítulo 14—“Hemos hallado al mesías”
Este capítulo está basado en Juan 1:19-51.
Juan El Bautista estaba predicando y bautizando en Betábara, al
otro lado del Jordán. No quedaba muy lejos del lugar donde antaño
Dios había detenido el río en su curso hasta que pasara Israel. A
corta distancia de allí, la fortaleza de Jericó había sido derribada por
los ejércitos celestiales. El recuerdo de dichos sucesos revivía en este
tiempo, y prestaba conmovedor interés al mensaje del Bautista. ¿No
habría de volver a manifestar su poder, para librar a Israel, Aquel
que había obrado tan maravillosamente en tiempos pasados? Tal era
el pensamiento que conmovía el corazón de la gente que diariamente
se agolpaba a orillas del Jordán.
La predicación de Juan se había posesionado tan profundamente
de la nación, que exigía la atención de las autoridades religiosas.
El peligro de que se produjera alguna insurrección, inducía a los
romanos a considerar con sospecha toda reunión popular, y todo lo
que tuviese el menor viso de un levantamiento del pueblo excitaba
los temores de los gobernantes judíos. Juan no había reconocido
la autoridad del Sanedrín ni pedido su sanción sobre su obra; y
había reprendido a los gobernantes y al pueblo, a fariseos y saduceos
por igual. Sin embargo, el pueblo le seguía ávidamente. El interés
manifestado en su obra parecía aumentar de continuo. Aunque él
no le había manifestado deferencia, el Sanedrín estimaba que, por
enseñar en público, se hallaba bajo su jurisdicción.
Ese cuerpo estaba compuesto de miembros elegidos del sacerdo-
cio, y de entre los principales gobernantes y maestros de la nación.
El sumo sacerdote era quien lo presidía, por lo general. Todos sus
miembros debían ser hombres de edad provecta, aunque no dema-
siado ancianos; hombres de saber, no sólo versados en la religión
e historia de los judíos, sino en el saber general. Debían ser sin de-
fecto físico, y hombres casados, y además, padres, pues así era más
probable que fuesen humanos y considerados. Su lugar de reunión
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