Página 112 - El Deseado de Todas las Gentes (1955)

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El Deseado de Todas las Gentes
Aquel de quien había hablado Juan. Pero no se le distinguía entre la
multitud.
Cuando, en ocasión del bautismo de Jesús, Juan le señaló como
el Cordero de Dios, una nueva luz resplandeció sobre la obra del
Mesías. La mente del profeta fué dirigida a las palabras de Isaías:
“Como cordero fué llevado al matadero.
Durante las semanas que
siguieron, Juan estudió con nuevo interés las profecías y la enseñanza
de las ceremonias de los sacrificios. No distinguía claramente las
dos fases de la obra de Cristo—como sacrificio doliente y como
rey vencedor,—pero veía que su venida tenía un significado más
profundo que el que discernían los sacerdotes y el pueblo. Cuando
vió a Jesús entre la muchedumbre, al volver él del desierto, esperó
confiadamente que daría al pueblo alguna señal de su verdadero
carácter. Casi impacientemente esperaba oír al Salvador declarar su
misión; pero Jesús no pronunció una palabra ni dió señal alguna. No
respondió al anunció que hiciera el Bautista acerca de él, sino que
se mezcló con los discípulos de Juan sin dar evidencia externa de su
obra especial, ni tomar medidas que lo pusiesen en evidencia.
Al día siguiente, Juan vió venir a Jesús. Con la luz de la gloria de
Dios descansando sobre él, el profeta extendió las manos diciendo:
“He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo. Este
es del que dije: Tras mí viene un varón, el cual es antes de mí: ...
y yo no le conocía; mas para que fuese manifestado a Israel, por
eso vine yo bautizando con agua.... Vi al Espíritu que descendía del
cielo como paloma, y reposó sobre él. Y yo no le conocía; mas el
que me envió a bautizar con agua, Aquél me dijo: Sobre quien vieres
descender el Espíritu, y que reposa sobre él, éste es el que bautiza
con Espíritu Santo. Y yo le vi, y he dado testimonio que éste es el
Hijo de Dios.”
¿Era éste el Cristo? Con reverencia y asombro, el pueblo miró
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a Aquel que acababa de ser declarado Hijo de Dios. Todos habían
sido profundamente conmovidos por las palabras de Juan. Les había
hablado en el nombre de Dios. Le habían escuchado día tras día
mientras reprendía sus pecados, y diariamente se había fortalecido
en ellos la convicción de que era enviado del cielo. Pero, ¿quién
era éste mayor que Juan el Bautista? En su porte e indumentaria,
nada indicaba que fuese de alta jerarquía. Aparentemente, era un