Página 113 - El Deseado de Todas las Gentes (1955)

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“Hemos hallado al mesías”
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personaje sencillo, vestido como ellos, con la humilde vestimenta
de los pobres.
Había entre la multitud algunos de los que en ocasión del bautis-
mo de Cristo habían contemplado la gloria divina y oído la voz de
Dios. Pero desde entonces el aspecto del Salvador había cambiado
mucho. En ocasión de su bautismo, habían visto su rostro transfigu-
rado por la luz del cielo; ahora, pálido, cansado y demacrado, fué
reconocido únicamente por el profeta Juan.
Pero al mirarle, la gente vió un rostro donde la compasión divina
se aunaba con la conciencia del poder. Toda mirada de sus ojos, todo
rasgo de su semblante, estaba señalado por la humildad y expresaba
un amor indecible. Parecía rodeado por una atmósfera de influencia
espiritual. Aunque sus modales eran amables y sencillos, daba a
los hombres una impresión de un poder escondido, pero que no
podía ocultarse completamente. ¿Era éste Aquel à quien Israel había
esperado tanto tiempo?
Jesús vino con pobreza y humillación, a fin de ser tanto nuestro
ejemplo como nuestro Redentor. Si hubiese aparecido con pompa
real, ¿cómo podría habernos enseñado la humildad? ¿Cómo podría
haber presentado verdades tan terminantes en el sermón del monte?
¿Dónde habría quedado la esperanza de los humildes en esta vida, si
Jesús hubiese venido a morar como rey entre los hombres?
Sin embargo, para la multitud parecía imposible que el ser de-
signado por Juan estuviese asociado con sus sublimes esperanzas.
Así muchos quedaron chasqueados y muy perplejos.
Las palabras que los sacerdotes y rabinos tanto deseaban oír, a
saber, que Jesús restauraría ahora el reino de Israel, no habían sido
pronunciadas. Tal rey habían estado esperando y por él velaban; y a
un rey tal estaban dispuestos a recibir. Pero no querían aceptar a uno
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que tratase de establecer en su corazón un reino de justicia y de paz.
Al día siguiente, mientras dos discípulos estaban cerca, Juan
volvió a ver a Jesús entre el pueblo. Otra vez se iluminó el rostro
del profeta con la gloria del Invisible, mientras exclamaba: “He aquí
el Cordero de Dios.” Las palabras conmovieron el corazón de los
discípulos. Ellos no las comprendían plenamente. ¿Qué significaba
el nombre que Juan le había dado: “Cordero de Dios”? Juan mismo
no lo había explicado.