Página 114 - El Deseado de Todas las Gentes (1955)

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El Deseado de Todas las Gentes
Dejando a Juan, se fueron en pos de Jesús. Uno de ellos era
Andrés, hermano de Simón; el otro Juan, el que iba a ser el evange-
lista. Estos fueron los primeros discípulos de Cristo. Movidos por
un impulso irresistible, siguieron a Jesús, ansiosos de hablar con él,
aunque asombrados y en silencio, abrumados por el significado del
pensamiento: “¿Es éste el Mesías?”
Jesús sabía que los discípulos le seguían. Eran las primicias de
su ministerio, y había gozo en el corazón del Maestro divino al ver
a estas almas responder a su gracia. Sin embargo, volviéndose, les
preguntó: “¿Qué buscáis?” Quería dejarlos libres para volver atrás,
o para expresar su deseo.
Ellos eran conscientes de un solo propósito. La presencia de
Cristo llenaba su pensamiento. Exclamaron: “Rabbí, ... ¿dónde mo-
ras?” En una breve entrevista, a orillas del camino, no podían recibir
lo que anhelaban. Deseaban estar a solas con Jesús, sentarse a sus
pies, y oír sus palabras.
“Díceles: Venid y ved. Vinieron, y vieron donde moraba, y que-
dáronse con él aquel día.”
Si Juan y Andrés hubiesen estado dominados por el espíritu in-
crédulo de los sacerdotes y gobernantes, no se habrían presentado
como discípulos a los pies de Jesús. Habrían venido a él como crí-
ticos, para juzgar sus palabras. Muchos cierran así la puerta a las
oportunidades más preciosas. No sucedió así con estos primeros
discípulos. Habían respondido al llamamiento del Espíritu Santo,
manifestado en la predicación de Juan el Bautista. Ahora, reconocían
la voz del Maestro celestial. Para ellos, las palabras de Jesús esta-
ban llenas de refrigerio, verdad y belleza. Una iluminación divina
se derramaba sobre las enseñanzas de las Escrituras del Antiguo
Testamento. Los multilaterales temas de la verdad se destacaban con
una nueva luz.
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Es la contrición, la fe y el amor lo que habilita al alma para
recibir sabiduría del cielo. La fe obrando por el amor, es la llave del
conocimiento, y todo aquel que ama “conoce a Dios.
El discípulo Juan era de afectos sinceros y profundos, aunque de
naturaleza contemplativa. Había empezado a discernir la gloria de
Cristo, no la pompa mundanal, ni el poder que se le había enseñado a
esperar, sino la “gloria como del unigénito del Padre, lleno de gracia