Página 121 - El Deseado de Todas las Gentes (1955)

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En las bodas de Caná
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quien había compartido con ella el conocimiento del misterio del
nacimiento de Jesús. Ahora no había nadie a quien pudiese confiar
sus esperanzas y temores. Los últimos dos meses habían sido de
mucha tristeza. Ella había estado separada de Jesús, en cuya simpatía
hallaba consuelo; reflexionaba en las palabras de Simeón: “Una
espada traspasará tu alma;
recordaba los tres días de agonía durante
los cuales’ pensaba que había perdido para siempre a Jesús, y con
ansioso corazón anhelaba su regreso.
En el festín de bodas le encontró; era el mismo hijo tierno y
servicial. Sin embargo, no era el mismo. Su rostro había cambiado.
Llevaba los rastros de su conflicto en el desierto, y una nueva expre-
sión de dignidad y poder daba evidencia de su misión celestial. Le
acompañaba un grupo de jóvenes, cuyos ojos le seguían con reve-
rencia, y quienes le llamaban Maestro. Estos compañeros relataron a
María lo que habían visto y oído en ocasión del bautismo y en otras
partes, y concluyeron declarando: “Hemos hallado a Aquel de quien
escribió Moisés en la ley, y los profetas.
Al reunirse los convidados, muchos parecían preocupados por
un asunto de interés absorbente. Una agitación reprimida parecía
dominar a la compañía. Pequeños grupos conversaban en voz baja,
pero con animación, y miradas de admiración se dirigían hacia el
Hijo de María. Al oír María el testimonio de los discípulos acerca
de Jesús, la alegró la seguridad de que las esperanzas que alimentara
durante tanto tiempo no eran vanas. Sin embargo, ella habría sido
más que humana si no se hubiese mezclado con su santo gozo un
vestigio del orgullo natural de una madre amante. Al ver cómo las
miradas se dirigían a Jesús, ella anheló verle probar a todos que era
realmente el honrado de Dios. Esperaba que hubiese oportunidad de
realizar un milagro delante de todos.
En aquellos tiempos, era costumbre que las festividades matri-
moniales durasen varios días. En esta ocasión, antes que terminara
la fiesta, se descubrió que se había agotado la provisión de vino.
Este descubrimiento ocasionó mucha perplejidad y pesar. Era algo
inusitado que faltase el vino en las fiestas, pues esta carencia se
habría interpretado como falta de hospitalidad. Como pariente de las
partes interesadas, María había ayudado en los arreglos hechos para
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la fiesta, y ahora se dirigió a Jesús diciendo: “Vino no tienen.” Estas
palabras eran una sugestión de que él podría suplir la necesidad. Pero