118
El Deseado de Todas las Gentes
Jesús contestó: “¿Qué tengo yo contigo, mujer? aun no ha venido
mi hora.”
Esta respuesta, por brusca que nos parezca, no expresaba frialdad
ni falta de cortesía. La forma en que se dirigió el Salvador a su madre
estaba de acuerdo con la costumbre oriental. Se empleaba con las
personas a quienes se deseaba demostrar respeto. Todo acto de la
vida terrenal de Cristo estuvo en armonía con el precepto que él
mismo había dado: “Honra a tu padre y a tu madre.
En la cruz, en
su último acto de ternura hacia su madre, Jesús volvió a dirigirse
a ella de la misma manera al confiarla al cuidado de su discípulo
más amado. Tanto en la fiesta de bodas como sobre la cruz, el amor
expresado en su tono, mirada y modales, interpretó sus palabras.
En ocasión de su visita al templo en su niñez, al revelársele el
misterio de la obra que había de llenar su vida, Cristo había dicho a
María: “¿No sabíais que en los negocios de mi Padre me conviene
estar?
Estas palabras fueron la nota dominante de toda su vida
y ministerio. Todo lo supeditaba a su trabajo: la gran obra de re-
dención que había venido a realizar en el mundo. Ahora repitió la
lección. Había peligro de que María considerase que su relación con
Jesús le daba derechos especiales sobre él, y facultad para dirigirle
hasta cierto punto en su misión. Durante treinta años, había sido
para ella un hijo amante y obediente, y su amor no había cambiado;
pero debía atender ahora la obra de su Padre. Como Hijo del Altísi-
mo, y Salvador del mundo, ningún vínculo terrenal debía impedirle
cumplir su misión, ni influir en su conducta. Debía estar libre para
hacer la voluntad de Dios. Esta lección es también para nosotros.
Los derechos de Dios superan aun al parentesco humano. Ninguna
atracción terrenal debe apartar nuestros pies de la senda en que él
nos ordena andar.
La única esperanza de redención para nuestra especie caída está
en Cristo; María podía hallar salvación únicamente por medio del
Cordero de Dios. En sí misma, no poseía méritos. Su relación con
Jesús no la colocaba en una relación espiritual con él diferente de
[121]
la de cualquier otra alma humana. Así lo indicaron las palabras
del Salvador. El aclara la distinción que hay entre su relación con
ella como Hijo del hombre y como Hijo de Dios. El vínculo de
parentesco que había entre ellos no la ponía de ninguna manera en
igualdad con él.