Página 123 - El Deseado de Todas las Gentes (1955)

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En las bodas de Caná
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Las palabras: “Aun no ha venido mi hora,” indican que todo
acto de la vida terrenal de Cristo se realizaba en cumplimiento del
plan trazado desde la eternidad. Antes de venir a la tierra, el plan
estuvo delante de él, perfecto en todos sus detalles. Pero mientras
andaba entre los hombres, era guiado, paso a paso, por la voluntad
del Padre. En el momento señalado, no vacilaba en obrar. Con la
misma sumisión, esperaba hasta que llegase la ocasión.
Al decir a María que su hora no había llegado todavía, Jesús
contestaba al pensamiento que ella no había expresado, la expectativa
que acariciaba en común con su pueblo. Esperaba que se revelase
como Mesías, y asumiese el trono de Israel. Pero el tiempo no había
llegado. Jesús había aceptado la suerte de la humanidad, no como
Rey, sino como Varón de dolores, familiarizado con el pesar.
Pero aunque María no tenía una concepción correcta de la misión
de Cristo, confiaba implícitamente en él. Y Jesús respondió a esta fe.
El primer milagro fué realizado para honrar la confianza de María y
fortalecer la fe de los discípulos. Estos iban a encontrar muchas y
grandes tentaciones a dudar. Para ellos las profecías habían indicado,
fuera de toda controversia, que Jesús era el Mesías. Esperaban que
los dirigentes religiosos le recibiesen con una confianza aun mayor
que la suya. Declaraban entre la gente las obras maravillosas de
Cristo y su propia confianza en la misión de él, pero se quedaron
asombrados y amargamente chasqueados por la incredulidad, los
arraigados prejuicios y la enemistad que manifestaron hacia Jesús
los sacerdotes y rabinos. Los primeros milagros del Salvador for-
talecieron a los discípulos para que se mantuviesen firmes frente a
esta oposición.
En ninguna manera desconcertada por las palabras de Jesús,
María dijo a los que servían a la mesa: “Haced todo lo que os dijere.”
Así hizo lo que pudo para preparar el terreno para la obra de Cristo.
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Al lado de la puerta, había seis grandes tinajas de piedra, y Jesús
ordenó a los siervos que las llenasen de agua. Así lo hicieron. En-
tonces, como se necesitaba vino para el consumo inmediato, dijo:
“Sacad ahora, y presentad al maestresala.” En vez del agua con que
habían llenado las tinajas, fluía vino. Ni el maestresala ni los con-
vidados en general, se habían dado cuenta de que se había agotado
la provisión de vino. Al probar el vino que le llevaban los criados,
el maestresala lo encontró mejor que cualquier vino que hubiese