Página 125 - El Deseado de Todas las Gentes (1955)

Basic HTML Version

En las bodas de Caná
121
El vino que Jesús proveyó para la fiesta, y que dió a los discípulos
como símbolo de su propia sangre, fué el jugo puro de uva. A esto
se refiere el profeta Isaías cuando habla del “mosto en un racimo,” y
dice: “No lo desperdicies, que bendición hay en él.
Fué Cristo quien dió en el Antiguo Testamento la advertencia
a Israel: “El vino es escarnecedor, la cerveza alborotadora; y cual-
quiera que por ello errare, no será sabio.
Y él mismo no proveyó
bebida tal. Satanás tienta a los hombres a ser intemperantes para
que se enturbie su razón y se emboten sus percepciones espirituales,
pero Cristo nos enseña a mantener sujeta la naturaleza inferior. Toda
su vida fué un ejemplo de renunciamiento propio. A fin de dominar
el poder del apetito, sufrió en nuestro favor la prueba más severa que
la humanidad pudiese soportar. Cristo fué quien indicó que Juan el
Bautista no debía beber ni vino ni bebida alcohólica. El fué quien
ordenó abstinencia similar a la esposa de Manoa. Y él pronunció
una maldición sobre el hombre que ofreciese la copa a los labios de
su prójimo. Cristo no contradice su propia enseñanza. El vino sin
fermentar que él proveyó a los huéspedes de la boda era una bebida
sana y refrigerante. Su efecto consistía en poner al gusto en armonía
con el apetito sano.
Al observar los huéspedes la calidad del vino, las preguntas
hechas a los criados provocaron de su parte una explicación del
milagro. La compañía quedó por un momento demasiado asombrada
para pensar en Aquel que había realizado esta obra maravillosa.
Cuando al fin le buscaron, descubrieron que se había retirado tan
[124]
quedamente que ni siquiera lo habían notado sus discípulos.
La atención de la gente quedó entonces concentrada en los dis-
cípulos. Por primera vez, tuvieron oportunidad de confesar su fe
en Jesús. Dijeron lo que habían visto y oído al lado del Jordán, y
se encendió en muchos corazones la esperanza de que Dios había
suscitado un libertador para su pueblo. Las nuevas del milagro se
difundieron por toda aquella región, y llegaron hasta Jerusalén. Con
nuevo interés, los sacerdotes y ancianos escudriñaron las profecías
relativas a la venida de Cristo. Existía un ávido deseo de descubrir la
misión de este nuevo maestro que de manera tan modesta aparecía
entre la gente.
El ministerio de Cristo estaba en notable contraste con el de
los ancianos judíos. La consideración por la tradición y el formalis-