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El Deseado de Todas las Gentes
El pánico se apoderó de la multitud, que sentía el predominio
de su divinidad. Gritos de terror escaparon de centenares de labios
pálidos. Aun los discípulos temblaron. Les causaron pavor las pala-
bras y los modales de Jesús, tan diferentes de su conducta común.
Recordaron que se había escrito acerca de él: “Me consumió el celo
de tu casa.
Pronto la tumultuosa muchedumbre fué alejada del
templo del Señor con toda su mercadería. Los atrios quedaron libres
de todo tráfico profano, y sobre la escena de confusión descendió un
profundo y solemne silencio. La presencia del Señor, que antigua-
mente santificara el monte, había hecho sagrado el templo levantado
en su honor.
En la purificación del templo, Jesús anunció su misión como
Mesías y comenzó su obra. Aquel templo, erigido para morada de
la presencia divina, estaba destinado a ser una lección objetiva para
Israel y para el mundo. Desde las edades eternas, había sido el pro-
pósito de Dios que todo ser creado, desde el resplandeciente y santo
serafín hasta el hombre, fuese un templo para que en él habitase
el Creador. A causa del pecado, la humanidad había dejado de ser
templo de Dios. Ensombrecido y contaminado por el pecado, el
corazón del hombre no revelaba la gloria del Ser divino. Pero por la
encarnación del Hijo de Dios, se cumple el propósito del Cielo. Dios
mora en la humanidad, y mediante la gracia salvadora, el corazón
del hombre vuelve a ser su templo. Dios quería que el templo de
Jerusalén fuese un testimonio continuo del alto destino ofrecido a
cada alma. Pero los judíos no habían comprendido el significado del
edificio que consideraban con tanto orgullo. No se entregaban a sí
mismos como santuarios del Espíritu divino. Los atrios del templo
de Jerusalén, llenos del tumulto de un tráfico profano, representaban
con demasiada exactitud el templo del corazón, contaminado por la
presencia de las pasiones sensuales y de los pensamientos profanos.
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Al limpiar el templo de los compradores y vendedores mundanales,
Jesús anunció su misión de limpiar el corazón de la contamina-
ción del pecado—de los deseos terrenales, de las concupiscencias
egoístas, de los malos hábitos, que corrompen el alma. “Vendrá a
su templo el Señor a quien vosotros buscáis, y el ángel del pacto, a
quien deseáis vosotros. He aquí viene, ha dicho Jehová de los ejérci-
tos. ¿Y quién podrá sufrir el tiempo de su venida? o ¿quién podrá
estar cuando él se mostrará? Porque él es como fuego purificador, y