Página 137 - El Deseado de Todas las Gentes (1955)

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En su templo
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En ocasión de la crucifixión de Cristo, los que habían sido sana-
dos no se unieron con la turba para clamar: “¡Crucifícale! ¡crucifíca-
le!” Sus simpatías acompañaban a Jesús; porque habían sentido su
gran simpatía y su poder admirable. Le conocían como su Salvador;
porque él les había dado salud del cuerpo y del alma. Escucharon
la predicación de los apóstoles, y la entrada de la palabra de Dios
en su corazón les dió entendimiento. Llegaron a ser agentes de la
misericordia de Dios, e instrumentos de su salvación.
Los que habían huído del atrio del templo volvieron poco a poco
después de un tiempo. Habían dominado parcialmente el pánico que
se había apoderado de ellos, pero sus rostros expresaban irresolu-
ción y timidez. Miraban con asombro las obras de Jesús y quedaron
convencidos de que en él se cumplían las profecías concernientes al
Mesías. El pecado de la profanación del templo incumbía, en gran
medida, a los sacerdotes. Por arreglo suyo, el atrio había sido trans-
formado en un mercado. La gente era comparativamente inocente.
Había quedado impresionada por la autoridad divina de Jesús; pero
consideraba suprema la influencia de los sacerdotes y gobernantes.
Estos miraban la misión de Cristo como una innovación, y ponían
en duda su derecho a intervenir en lo que había sido permitido por
las autoridades del templo. Se ofendieron porque el tráfico había
sido interrumpido, y ahogaron las convicciones del Espíritu Santo.
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Sobre todos los demás, los sacerdotes y gobernantes debieran
haber visto en Jesús al Ungido del Señor; porque en sus manos
estaban los rollos sagrados que describían su misión, y sabían que
la purificación del templo era una manifestación de un poder más
que humano. Por mucho que odiasen a Jesús, no lograban librarse
del pensamiento de que podía ser un profeta enviado por Dios para
restaurar la santidad del templo. Con una deferencia nacida de este
temor, fueron a preguntarle: “¿Qué señal nos muestras de que haces
esto?”
Jesús les había mostrado una señal. Al hacer penetrar la luz en
su corazón y al ejecutar delante de ellos las obras que el Mesías
debía efectuar, les había dado evidencia convincente de su carácter.
Cuando le pidieron una señal, les contestó con una parábola y de-
mostró así que discernía su malicia y veía hasta dónde los conduciría.
“Destruid este templo—dijo,—y en tres días lo levantaré.”