134
El Deseado de Todas las Gentes
El sentido de estas palabras era doble. Jesús aludía no sólo a la
destrucción del templo y del culto judaico, sino a su propia muerte:
la destrucción del templo de su cuerpo. Los judíos ya estaban ma-
quinando esto. Cuando los sacerdotes y gobernantes volvieron al
templo, se proponían matar a Jesús y librarse del perturbador. Sin
embargo, cuando desenmascaró ese designio suyo, no le compren-
dieron. Al interpretar sus palabras las aplicaron solamente al templo
de Jerusalén, y con indignación exclamaron: “En cuarenta y seis
años fué este templo edificado, ¿y tú en tres días lo levantarás?” Les
parecía que Jesús había justificado su incredulidad, y se confirmaron
en su decisión de rechazarle.
Cristo no quería que sus palabras fuesen entendidas por los judíos
incrédulos, ni siquiera por sus discípulos en ese entonces. Sabía que
serían torcidas por sus enemigos, y que las volverían contra él. En
ocasión de su juicio, iban a ser presentadas como acusación, y en el
Calvario le serían recordadas con escarnio. Pero el explicarlas ahora
habría dado a sus discípulos un conocimiento de sus sufrimientos,
y les habría impuesto un pesar que no estaban capacitados para
soportar. Una explicación habría revelado prematuramente a los
judíos el resultado de su prejuicio e incredulidad. Ya habían entrado
en una senda que iban a seguir constantemente hasta que le llevaran
[137]
como un cordero al matadero.
Estas palabras de Cristo fueron pronunciadas por causa de aque-
llos que iban a creer en él. Sabía que serían repetidas. Siendo pro-
nunciadas en ocasión de la Pascua, llegarían a los oídos de millares
de personas y serían llevadas a todas partes del mundo. Después que
hubiese resucitado de los muertos, su significado quedaría aclarado.
Para muchos, serían evidencia concluyente de su divinidad.
A causa de sus tinieblas espirituales, aun los discípulos de Jesús
dejaron con frecuencia de comprender sus lecciones. Pero muchas
de estas lecciones les fueron aclaradas por los sucesos subsiguientes.
Cuando ya no andaba con ellos, sus palabras sostenían sus corazones.
Con referencia al templo de Jerusalén, las palabras del Salva-
dor: “Destruid este templo, y en tres días lo levantaré,” tenían un
significado más profundo que el percibido por los oyentes. Cristo
era el fundamento y la vida del templo. Sus servicios eran típicos
del sacrificio del Hijo de Dios. El sacerdocio había sido establecido
para representar el carácter y la obra mediadora de Cristo. Todo el