Página 148 - El Deseado de Todas las Gentes (1955)

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El Deseado de Todas las Gentes
Hay hoy día miles que necesitan aprender la misma verdad que
fué enseñada a Nicodemo por la serpiente levantada. Confían en que
su obediencia a la ley de Dios los recomienda a su favor. Cuando se
los invita a mirar a Jesús y a creer que él los salva únicamente por
su gracia, exclaman: “¿Cómo puede esto hacerse?”
Como Nicodemo, debemos estar dispuestos a entrar en la vida
de la misma manera que el primero de los pecadores. Fuera de
Cristo, “no hay otro nombre debajo del cielo, dado a los hombres,
en que podamos ser salvos.
Por la fe, recibimos la gracia de Dios;
pero la fe no es nuestro Salvador. No nos gana nada. Es la mano
por la cual nos asimos de Cristo y nos apropiamos sus méritos, el
remedio por el pecado. Y ni siquiera podemos arrepentirnos sin la
ayuda del Espíritu de Dios. La Escritura dice de Cristo: “A éste ha
Dios ensalzado con su diestra por Príncipe y Salvador, para dar a
Israel arrepentimiento y remisión de pecados.
El arrepentimiento
proviene de Cristo tan ciertamente como el perdón.
¿Cómo hemos de salvarnos entonces? “Como Moisés levantó
la serpiente en el desierto,” así también el Hijo del hombre ha sido
levantado, y todos los que han sido engañados y mordidos por la
serpiente pueden mirar y vivir. “He aquí el Cordero de Dios, que
quita el pecado del mundo.
La luz que resplandece de la cruz
revela el amor de Dios. Su amor nos atrae a él. Si no resistimos
esta atracción, seremos conducidos al pie de la cruz arrepentidos
por los pecados que crucificaron al Salvador. Entonces el Espíritu
de Dios produce por medio de la fe una nueva vida en el alma. Los
pensamientos y los deseos se sujetan en obediencia a la voluntad
de Cristo. El corazón y la mente son creados de nuevo a la imagen
de Aquel que obra en nosotros para someter todas las cosas a sí.
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Entonces la ley de Dios queda escrita en la mente y el corazón, y
podemos decir con Cristo: “El hacer tu voluntad, Dios mío, hame
agradado.
En la entrevista con Nicodemo, Jesús reveló el plan de salvación
y su misión en el mundo. En ninguno de sus discursos subsiguientes,
explicó él tan plenamente, paso a paso, la obra que debe hacerse en
el corazón de cuantos quieran heredar el reino de los cielos. En el
mismo principio de su ministerio, presentó la verdad a un miembro
del Sanedrín, a la mente mejor dispuesta para recibirla, a un hombre
designado para ser maestro del pueblo. Pero los dirigentes de Israel