Nicodemo
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honorable; pero en la presencia de Cristo, sentía que su corazón era
impuro y su vida profana.
Nicodemo se sentía atraído a Cristo. Mientras el Salvador le
explicaba lo concerniente al nuevo nacimiento, sintió el anhelo de
que ese cambio se realizase en él. ¿Por qué medio podía lograrse?
Jesús contestó la pregunta que no llegó a ser formulada: “Como
Moisés levantó la serpiente en el desierto, así es necesario que el
Hijo del hombre sea levantado; para que todo aquel que en él creyere,
no se pierda, sino que tenga vida eterna.”
Este era terreno familiar para Nicodemo. El símbolo de la ser-
piente alzada le aclaró la misión del Salvador. Cuando el pueblo de
Israel estaba muriendo por las mordeduras de las serpientes ardien-
tes, Dios indicó a Moisés que hiciese una serpiente de bronce y la
colocase en alto en medio de la congregación. Luego se pregonó
por todo el campamento que todos los que mirasen a la serpiente
vivirían. El pueblo sabía muy bien que en sí misma la serpiente
no tenía poder de ayudarle. Era un símbolo de Cristo. Así como la
imagen de la serpiente destructora fué alzada para sanar al pueblo,
un ser “en semejanza de carne de pecado
iba a ser el Redentor de la
humanidad. Muchos de los israelitas consideraban que el ceremonial
de los sacrificios tenía virtud en sí mismo para libertarlos del pecado.
Dios deseaba enseñarles que no tenía más valor que la serpiente de
bronce. Debía dirigir su atención al Salvador. Ya fuese para curar
sus heridas, o perdonar sus pecados, no podían hacer nada por sí
mismos, sino manifestar su fe en el don de Dios. Habían de mirar y
vivir.
Los que habían sido mordidos por las serpientes, podrían haberse
demorado en mirar. Podrían haber puesto en duda la eficacia del
símbolo de bronce. Podrían haber pedido una explicación científica.
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Pero no se dió explicación alguna. Debían aceptar la palabra de Dios
que les era dirigida por Moisés. El negarse a mirar era perecer.
No es mediante controversias y discusiones cómo se ilumina el
alma. Debemos mirar y vivir. Nicodemo recibió la lección y se la
llevó consigo. Escudriñó las Escrituras de una manera nueva, no
para discutir una teoría, sino para recibir vida para el alma. Empezó
a ver el reino de los cielos cuando se sometió a la dirección del
Espíritu Santo.