Página 146 - El Deseado de Todas las Gentes (1955)

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El Deseado de Todas las Gentes
tono expresaban tan ferviente amor, que Nicodemo no se ofendió al
cerciorarse de su humillante condición.
Pero mientras Jesús explicaba que su misión en la tierra consistía
en establecer un reino espiritual en vez de temporal, su oyente quedó
perturbado. En vista de esto, Jesús añadió: “Si os he dicho cosas
terrenas, y no creéis, ¿cómo creeréis si os dijere las celestiales?” Si
Nicodemo no podía recibir las enseñanzas de Cristo, que ilustraban
la obra de la gracia en el corazón, ¿cómo podría comprender la
naturaleza de su glorioso reino celestial? Si no discernía la naturaleza
de la obra de Cristo en la tierra, no podría comprender su obra en el
cielo.
Los judíos a quienes Jesús había echado del templo aseveraban
ser hijos de Abrahán, pero huyeron de la presencia del Salvador,
porque no podían soportar la gloria de Dios que se manifestaba en
él. Así dieron evidencia de que no estaban preparados por la gra-
cia de Dios para participar en los ritos sagrados del templo. Eran
celosos para mantener una apariencia de santidad, pero descuida-
ban la santidad del corazón. Mientras que eran muy quisquillosos
en cuanto a la letra de la ley, estaban violando constantemente su
espíritu. Necesitaban grandemente este mismo cambio que Cristo
había estado explicando a Nicodemo: un nuevo nacimiento moral,
una purificación del pecado y una renovación del conocimiento y de
la santidad.
No tenía excusa la ceguera de Israel en cuanto a la regeneración.
Bajo la inspiración del Espíritu Santo, Isaías había escrito: “Todos
nosotros somos como suciedad, y todas nuestras justicias como trapo
de inmundicia.” David había orado: “Crea en mí, oh Dios, un corazón
limpio; y renueva un espíritu recto dentro de mí.” Y por medio de
Ezequiel había sido hecha la promesa: “Y os daré corazón nuevo, y
pondré espíritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré de vuestra carne
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el corazón de piedra, y os daré corazón de carne. Y pondré dentro
de vosotros mi espíritu, y haré que andéis en mis mandamientos.
Nicodemo había leído estos pasajes con mente anublada; pero
ahora empezaba a comprender su significado. Veía que la más rígida
obediencia a la simple letra de la ley tal como se aplicaba a la
vida externa, no podía dar a nadie derecho a entrar en el reino de
los cielos. En la estima de los hombres, su vida había sido justa y