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El Deseado de Todas las Gentes
de esta agua, volverá a tener sed; mas el que bebiere del agua que
yo le daré, para siempre no tendrá sed: mas el agua que yo le daré,
será en él una fuente de agua que salte para vida eterna.”
El que trate de aplacar su sed en las fuentes de este mundo, bebe
tan sólo para tener sed otra vez. Por todas partes, hay hombres que no
están satisfechos. Anhelan algo que supla la necesidad del alma. Un
solo Ser puede satisfacer esta necesidad. Lo que el mundo necesita,
“el Deseado de todas las gentes,” es Cristo. La gracia divina, que
él solo puede impartir, es como agua viva que purifica, refrigera y
vigoriza al alma.
Jesús no quiso dar a entender que un solo sorbo del agua de vida
bastaba para el que la recibiera. El que prueba el amor de Cristo, lo
deseará en mayor medida de continuo; pero no buscará otra cosa.
Las riquezas, los honores y los placeres del mundo, no le atraen más.
El constante clamor de su corazón es: “Más de ti.” Y el que revela al
alma su necesidad, aguarda para satisfacer su hambre y sed. Todo
recurso en que confíen los seres humanos, fracasará. Las cisternas
se vaciarán, los estanques se secarán; pero nuestro Redentor es el
manantial inagotable. Podemos beber y volver a beber, y siempre
hallar una provisión de agua fresca. Aquel en quien Cristo mora,
tiene en sí la fuente de bendición, “una fuente de agua que salte
para vida eterna.” De este manantial puede sacar fuerza y gracia
suficientes para todas sus necesidades.
Mientras Jesús hablaba del agua viva, la mujer lo miró con aten-
ción maravillada. Había despertado su interés, y un deseo del don
del cual hablaba. Se percató de que no se refería al agua del pozo
de Jacob; porque de ésta bebía de continuo y volvía a tener sed.
“Señor—dijo,—dame esta agua, para que no tenga sed, ni venga acá
a sacarla.”
Jesús desvió entonces bruscamente la conversación. Antes que
esa alma pudiese recibir el don que él anhelaba concederle, debía
ser inducida a reconocer su pecado y su Salvador. “Jesús le dice:
Ve, llama a tu marido, y ven acá.” Ella contestó: “No tengo marido.”
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Esperaba así evitar toda pregunta en ese sentido. Pero el Salvador
continuó: “Bien has dicho, No tengo marido; porque cinco maridos
has tenido: y el que ahora tienes no es tu marido; esto has dicho con
verdad.”