Página 157 - El Deseado de Todas las Gentes (1955)

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Junto al pozo de Jacob
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él no ofreció un favor, sino que lo pidió. El ofrecimiento de un favor
podría haber sido rechazado; pero la confianza despierta confianza.
El Rey del cielo se presentó a esta paria de la sociedad, pidiendo un
servicio de sus manos. El que había hecho el océano, el que rige las
aguas del abismo, el que abrió los manantiales y los canales de la
tierra, descansó de sus fatigas junto al pozo de Jacob y dependió de
la bondad de una persona extraña para una cosa tan insignificante
como un sorbo de agua.
La mujer se dió cuenta de que Jesús era judío. En su sorpresa, se
olvidó de concederle lo pedido, e indagó así la razón de tal petición:
“¿Cómo tú, siendo judío, me pides a mí de beber, que soy mujer
samaritana?”
Jesús contestó: “Si conocieses el don de Dios, y quién es el que
te dice: Dame de beber: tú pedirías de él, y él te daría agua viva.”
Es decir: Te maravilla que yo te pida un favor tan pequeño como un
sorbo de agua del pozo que está a nuestros pies. Si tú me hubieses
pedido a mí, te hubiera dado a beber el agua de la vida eterna.
La mujer no había comprendido las palabras de Cristo, pero
sintió su solemne significado. Empezó a cambiar su actitud despreo-
cupada. Suponiendo que Jesús hablaba del pozo que estaba delante
de ellos, dijo: “Señor, no tienes con qué sacarla, y el pozo es hondo:
¿de dónde, pues, tienes el agua viva? ¿Eres tú mayor que nuestro
padre Jacob, que nos dió este pozo, del cual él bebió?” Ella no veía
delante de sí más que un sediento viajero, cansado y cubierto de
polvo. Lo comparó mentalmente con el honrado patriarca Jacob.
Abrigaba el sentimiento muy natural de que ningún otro pozo podía
ser igual al cavado por sus padres. Miraba hacia atrás a los padres,
y hacia adelante a la llegada del Mesías, mientras la Esperanza de
los padres, el Mesías mismo, estaba a su lado, y ella no lo conocía.
¡Cuántas almas sedientas están hoy al lado de la fuente del agua viva,
y, sin embargo, buscan muy lejos los manantiales de la vida! “No
digas en tu corazón: ¿Quién subirá al cielo? (esto es, para traer abajo
a Cristo:) O, ¿quién descenderá al abismo? (esto es, para volver a
traer a Cristo de los muertos.) ... Cercana está la palabra, en tu boca y
en tu corazón.... Si confesares con tu boca al Señor Jesús, y creyeres
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en tu corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo.
Jesús no contestó inmediatamente la pregunta respecto de sí
mismo, sino que con solemne seriedad dijo: “Cualquiera que bebiere