Página 159 - El Deseado de Todas las Gentes (1955)

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Junto al pozo de Jacob
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La interlocutora de Jesús tembló. Una mano misteriosa estaba
hojeando las páginas de la historia de su vida, sacando a luz lo
que ella había esperado mantener para siempre oculto. ¿Quién era
éste que podía leer los secretos de su vida? Se puso a pensar en la
eternidad, en el juicio futuro, en el cual todo lo que es ahora oculto
será revelado. En su luz, su conciencia despertó.
No podía negar nada; pero trató de eludir toda mención de un
tema tan ingrato. Con profunda reverencia, dijo: “Señor, paréceme
que tú eres profeta.” Luego, esperando acallar la convicción, mencio-
nó puntos de controversia religiosa. Si él era profeta, seguramente
podría instruirla acerca de estos asuntos en disputa desde hacía tanto
tiempo.
Con paciencia Jesús le permitió llevar la conversación adonde
ella quiso. Mientras tanto, aguardaba la oportunidad de volver a
hacer penetrar la verdad en su corazón. “Nuestros padres adoraron
en este monte—dijo ella,—y vosotros decís que en Jerusalem es el
lugar donde es necesario adorar.” A la vista estaba el monte Gerizim.
Su templo estaba derribado y sólo quedaba el altar. El lugar del culto
había sido tema de discusión entre judíos y samaritanos. Algunos
de los antepasados de estos últimos habían pertenecido a Israel;
pero por causa de sus pecados, el Señor había permitido que fuesen
vencidos por una nación idólatra. Durante muchas generaciones,
se habían mezclado con idólatras, cuya religión había contaminado
gradualmente la suya. Es cierto que sostenían que sus ídolos tenían
como único objeto hacerles acordar del Dios viviente, el Gobernante
del universo; no obstante, el pueblo había sido inducido a reverenciar
sus imágenes esculpidas.
Cuando el templo de Jerusalén fué reconstruido en los días de
Esdras, los samaritanos quisieron contribuir a su erección juntamente
con los judíos. Este privilegio les fué negado, y esto suscitó una
amarga animosidad entre los dos pueblos. Los samaritanos edificaron
un templo rival sobre el monte Gerizim. Allí adoraban de acuerdo
con el ritual mosaico, aunque no renunciaron completamente a la
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idolatría. Pero los azotaron desastres, su templo fué destruído por
sus enemigos, y parecían hallarse bajo una maldición; a pesar de lo
cual se aferraron todavía a sus tradiciones y a sus formas de culto.
No querían reconocer el templo de Jerusalén como casa de Dios, ni
admitían que la religión de los judíos fuese superior a la suya.