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El Deseado de Todas las Gentes
Esta ley fué quebrantada en el cielo mismo. El pecado tuvo su
origen en el egoísmo. Lucifer, el querubín protector, deseó ser el
primero en el cielo. Trató de dominar a los seres celestiales, apartán-
dolos de su Creador, y granjearse su homenaje. Para ello, representó
falsamente a Dios, atribuyéndole el deseo de ensalzarse. Trató de
investir al amante Creador con sus propias malas características. Así
engañó a los ángeles. Así sedujo a los hombres. Los indujo a dudar
de la palabra de Dios, y a desconfiar de su bondad. Por cuanto Dios
es un Dios de justicia y terrible majestad, Satanás los indujo a consi-
derarle como severo e inexorable. Así consiguió que se uniesen con
él en su rebelión contra Dios, y la noche de la desgracia se asentó
sobre el mundo.
La tierra quedó obscura porque se comprendió mal a Dios. A
fin de que pudiesen iluminarse las lóbregas sombras, a fin de que
el mundo pudiera ser traído de nuevo a Dios, había que quebrantar
el engañoso poder de Satanás. Esto no podía hacerse por la fuerza.
El ejercicio de la fuerza es contrario a los principios del gobierno
de Dios; él desea tan sólo el servicio de amor; y el amor no puede
ser exigido; no puede ser obtenido por la fuerza o la autoridad. El
amor se despierta únicamente por el amor. El conocer a Dios es
amarle; su carácter debe ser manifestado en contraste con el carácter
de Satanás. En todo el universo había un solo ser que podía realizar
esta obra. Únicamente Aquel que conocía la altura y la profundidad
del amor de Dios, podía darlo a conocer. Sobre la obscura noche del
mundo, debía nacer el Sol de justicia, “trayendo salud eterna en sus
alas.
El plan de nuestra redención no fué una reflexión ulterior, formu-
lada después de la caída de Adán. Fué una revelación “del misterio
que por tiempos eternos fué guardado en silencio.
Fué una ma-
nifestación de los principios que desde edades eternas habían sido
el fundamento del trono de Dios. Desde el principio, Dios y Cristo
sabían de la apostasía de Satanás y de la caída del hombre seducido
por el apóstata. Dios no ordenó que el pecado existiese, sino que
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previó su existencia, e hizo provisión para hacer frente a la terrible
emergencia. Tan grande fué su amor por el mundo, que se compro-
metió a dar a su Hijo unigénito “para que todo aquel que en él cree,
no se pierda, mas tenga vida eterna.