Página 17 - El Deseado de Todas las Gentes (1955)

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“Dios con nosotros”
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Lucifer había dicho: “Sobre las estrellas de Dios ensalzaré mi
trono, ... seré semejante al Altísimo.
Pero Cristo, “existiendo en
forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que debía
aferrarse; sino que se desprendió de ella, tomando antes la forma de
un siervo, siendo hecho en semejanza de los hombres.
Este fué un sacrificio voluntario. Jesús podría haber permanecido
al lado del Padre. Podría haber conservado la gloria del cielo, y el
homenaje de los ángeles. Pero prefirió devolver el cetro a las manos
del Padre, y bajar del trono del universo, a fin de traer luz a los que
estaban en tinieblas, y vida a los que perecían.
Hace casi dos mil años, se oyó en el cielo una voz de significado
misterioso que, partiendo del trono de Dios, decía: “He aquí yo
vengo.” “Sacrificio y ofrenda, no los quisiste; empero un cuerpo
me has preparado.... He aquí yo vengo (en el rollo del libro está
escrito de mí), para hacer, oh Dios, tu voluntad.
En estas palabras
se anunció el cumplimiento del propósito que había estado oculto
desde las edades eternas. Cristo estaba por visitar nuestro mundo,
y encarnarse. El dice: “Un cuerpo me has preparado.” Si hubiese
aparecido con la gloria que tenía con el Padre antes que el mundo
fuese, no podríamos haber soportado la luz de su presencia. A fin de
que pudiésemos contemplarla y no ser destruídos, la manifestación
de su gloria fué velada. Su divinidad fué cubierta de humanidad, la
gloria invisible tomó forma humana visible.
Este gran propósito había sido anunciado por medio de figuras
y símbolos. La zarza ardiente, en la cual Cristo apareció a Moisés,
revelaba a Dios. El símbolo elegido para representar a la Divinidad
era una humilde planta que no tenía atractivos aparentes. Pero ence-
rraba al Infinito. El Dios que es todo misericordia velaba su gloria
en una figura muy humilde, a fin de que Moisés pudiese mirarla y
sobrevivir. Así también en la columna de nube de día y la columna
de fuego de noche, Dios se comunicaba con Israel, les revelaba su
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voluntad a los hombres, y les impartía su gracia. La gloria de Dios
estaba suavizada, y velada su majestad, a fin de que la débil visión de
los hombres finitos pudiese contemplarla. Así Cristo había de venir
en “el cuerpo de nuestra bajeza,
“hecho semejante a los hombres.”
A los ojos del mundo, no poseía hermosura que lo hiciese desear;
sin embargo era Dios encarnado, la luz del cielo y de la tierra. Su