Capítulo 20—“Si no viereis señales y milagros”
Este capítulo está basado en Juan 4:43-54.
Los Galileos que volvían de la Pascua trajeron nuevas de las
obras admirables de Jesús. El juicio expresado acerca de sus actos
por los dignatarios de Jerusalén le preparó el terreno en Galilea. En-
tre el pueblo, eran muchos los que lamentaban los abusos cometidos
en el templo y la codicia y arrogancia de los sacerdotes. Esperaban
que ese hombre, que había ahuyentado a los gobernantes, fuese el
Libertador que anhelaban. Ahora llegaban noticias que parecían
confirmar sus expectativas más halagüeñas. Se decía que el profeta
se había declarado el Mesías.
Pero el pueblo de Nazaret no creía en él. Por esta razón, Jesús
no visitó a Nazaret mientras iba a Caná. El Salvador declaró a sus
discípulos que un profeta no recibía honra en su país. Los hombres
estiman el carácter por lo que ellos mismos son capaces de apreciar.
Los de miras estrechas y mundanales juzgaban a Cristo por su na-
cimiento humilde, su indumentaria sencilla y su trabajo diario. No
podían apreciar la pureza de aquel espíritu que no tenía mancha de
pecado.
Las nuevas del regreso de Cristo a Caná no tardaron en cundir
por toda Galilea, infundiendo esperanzas a los dolientes y angustia-
dos. En Capernaúm, la noticia atrajo la atención de un noble judío
que era oficial del rey. Un hijo del oficial se hallaba aquejado de una
enfermedad que parecía incurable. Los médicos lo habían desahu-
ciado; pero cuando el padre oyó hablar de Jesús resolvió pedirle
ayuda. El niño estaba muy grave y se temía que no viviese hasta el
regreso del padre; pero el noble creyó que debía presentar su caso
personalmente, con la esperanza de que las súplicas de un padre
despertarían la simpatía del gran Médico.
Al llegar a Caná, encontró que una muchedumbre rodeaba a
Jesús. Con corazón ansioso, se abrió paso hasta la presencia del
Salvador. Su fe vaciló cuando vió tan sólo a un hombre vestido
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