Página 168 - El Deseado de Todas las Gentes (1955)

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El Deseado de Todas las Gentes
sencillamente, cubierto de polvo y cansado del viaje. Dudó de que
esa persona pudiese hacer lo que había ido a pedirle; sin embargo,
logró entrevistarse con Jesús, le explicó por qué venía y rogó al
Salvador que le acompañase a su casa. Mas Jesús ya conocía su
pesar. Antes de que el oficial saliese de su casa, el Salvador había
visto su aflicción.
Pero sabía también que el padre, en su fuero íntimo, se había
impuesto ciertas condiciones para creer en Jesús. A menos que se
le concediese lo que iba a pedirle, no le recibiría como el Mesías.
Mientras el oficial esperaba atormentado por la incertidumbre, Jesús
dijo: “Si no viereis señales y milagros no creeréis.”
A pesar de toda la evidencia de que Jesús era el Cristo, el so-
licitante había resuelto creer en él tan sólo si le otorgaba lo que
solicitaba. El Salvador puso esta incredulidad en contraste con la
sencilla fe de los samaritanos que no habían pedido milagro ni señal.
Su palabra, evidencia siempre presente de su divinidad, tenía un
poder convincente que alcanzó sus corazones. Cristo se apenó de
que su propio pueblo, al cual habían sido confiados los oráculos
sagrados, no oyese la voz de Dios que le hablaba por su Hijo.
Sin embargo, el noble tenía cierto grado de fe; pues había venido
a pedir lo que le parecía la más preciosa de todas las bendiciones.
Jesús tenía un don mayor que otorgarle. Deseaba no sólo sanar al
niño, sino hacer participar al oficial y su casa de las bendiciones de
la salvación, y encender una luz en Capernaúm, que había de ser
pronto campo de sus labores. Pero el noble debía comprender su
necesidad antes de llegar a desear la gracia de Cristo. Este cortesano
representaba a muchos de su nación. Se interesaban en Jesús por
motivos egoístas. Esperaban recibir algún beneficio especial de su
poder, y hacían depender su fe de la obtención de ese favor temporal;
pero ignoraban su enfermedad espiritual y no veían su necesidad de
gracia divina.
Como un fulgor de luz, las palabras que dirigió el Salvador al
noble desnudaron su corazón. Vió que eran egoístas los motivos que
le habían impulsado a buscar a Jesús. Vió el verdadero carácter de su
fe vacilante. Con profunda angustia, comprendió que su duda podría
costar la vida de su hijo. Sabía que se hallaba en presencia de un
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Ser que podía leer los pensamientos, para quien todo era posible, y
con verdadera agonía suplicó: “Señor, desciende antes que mi hijo