Página 173 - El Deseado de Todas las Gentes (1955)

Basic HTML Version

Betesda y el Sanedrín
169
sano?” El os invita a levantaros llenos de salud y paz. No esperéis
hasta sentir que sois sanos. Creed en su palabra, y se cumplirá. Po-
ned vuestra voluntad de parte de Cristo. Quered servirle, y al obrar
de acuerdo con su palabra, recibiréis fuerza. Cualquiera sea la mala
práctica, la pasión dominante que haya llegado a esclavizar vuestra
alma y cuerpo por haber cedido largo tiempo a ella, Cristo puede
y anhela libraros. El impartirá vida al alma de los que “estabais
muertos en vuestros delitos.
Librará al cautivo que está sujeto por
la debilidad, la desgracia y las cadenas del pecado.
El paralítico sanado se agachó para recoger su cama, que era
tan sólo una estera y una manta, y al enderezarse de nuevo con una
sensación de deleite, miró en derredor buscando a su libertador; pero
Jesús se había perdido entre la muchedumbre. El hombre temía no
conocerle en caso de volver a verlo. Mientras se iba apresurada-
mente con paso firme y libre, alabando a Dios y regocijándose en
la fuerza que acababa de recobrar, se encontró con varios fariseos e
inmediatamente les contó cómo había sido curado. Le sorprendió la
frialdad con que escuchaban su historia.
Con frentes ceñudas, le interrumpieron, preguntándole por qué
llevaba su cama en sábado. Le recordaron severamente que no era
lícito llevar cargas en el día del Señor. En su gozo, el hombre se
había olvidado de que era sábado, y sin embargo no se sentía conde-
nado por obedecer la orden de Aquel que tenía tanto poder de Dios.
Contestó osadamente: “El que me sanó, él mismo me dijo: Toma tu
lecho y anda.” Le preguntaron quién había hecho esto; pero él no
se lo podía decir. Esos gobernantes sabían muy bien que sólo uno
se había demostrado capaz de realizar este milagro; pero deseaban
una prueba directa de que era Jesús, a fin de poder condenarle como
violador del sábado. En su opinión, no sólo había quebrantado la ley
sanando al enfermo en sábado, sino que había cometido un sacrilegio
al ordenarle que llevase su cama.
Los judíos habían pervertido de tal manera la ley, que hacían de
ella un yugo esclavizador. Sus requerimientos sin sentido habían
[174]
llegado a ser ludibrio entre otras naciones. Y el sábado estaba espe-
cialmente recargado de toda clase de restricciones sin sentido. No
era para ellos una delicia, santo a Jehová y honorable. Los escribas y
fariseos habían hecho de su observancia una carga intolerable. Un ju-
dío no podía encender fuego, ni siquiera una vela, en sábado. Como