Página 174 - El Deseado de Todas las Gentes (1955)

Basic HTML Version

170
El Deseado de Todas las Gentes
consecuencia, el pueblo hacía cumplir por gentiles muchos servicios
que sus reglas les prohibían hacer por su cuenta. No reflexionaban
que si estos actos eran pecaminosos, los que empleaban a otros para
realizarlos eran tan culpables como si los hiciesen ellos mismos.
Pensaban que la salvación se limitaba a los judíos; y que la condi-
ción de todos los demás, siendo ya desesperada, no podía empeorar.
Pero Dios no ha dado mandamientos que no puedan ser acatados
por todos. Sus leyes no sancionan ninguna restricción irracional o
egoísta.
En el templo, Jesús se encontró con el hombre que había sido
sanado. Había venido para traer una ofrenda por su pecado y de
agradecimiento por la gran merced recibida. Hallándole entre los
adoradores, Jesús se le dió a conocer, con estas palabras de amo-
nestación: “He aquí, has sido sanado; no peques más, porque no te
venga alguna cosa peor.”
El hombre sanado quedó abrumado de regocijo al encontrar a su
libertador. Como desconocía la enemistad que ellos sentían hacia
Jesús, dijo a los fariseos que le habían interrogado, que ése era el que
había realizado la curación. “Y por esta causa los judíos perseguían
a Jesús, y procuraban matarle, porque hacía estas cosas en sábado.”
Jesús fué llevado ante el Sanedrín para responder a la acusación
de haber violado el sábado. Si en ese tiempo los judíos hubiesen sido
una nación independiente, esta acusación habría servido sus fines de
darle muerte. Pero la sujeción a los romanos lo impedía. Los judíos
no tenían facultad de infligir la pena capital, y las acusaciones pre-
sentadas contra Cristo no tendrían peso en un tribunal romano. Sin
embargo, esperaban conseguir otros objetos. A pesar de los esfuerzos
que ellos hacían para contrarrestar su obra, Cristo estaba llegando,
aun en Jerusalén, a ejercer sobre el pueblo una influencia mayor
que la de ellos. Multitudes que no se interesaban en las arengas de
los rabinos eran atraídas por su enseñanza. Podían comprender sus
[175]
palabras, y sus corazones eran consolados y alentados. Hablaba de
Dios, no como de un Juez vengador, sino como de un Padre tierno,
y revelaba la imagen de Dios reflejada en sí mismo. Sus palabras
eran como bálsamo para el espíritu herido. Tanto por sus palabras
como por sus obras de misericordia, estaba quebrantando el poder
opresivo de las antiguas tradiciones y de los mandamientos de origen
humano, y presentaba el amor de Dios en su plenitud inagotable.