Página 175 - El Deseado de Todas las Gentes (1955)

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Betesda y el Sanedrín
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En una de las más antiguas profecías dadas acerca de Cristo, está
escrito: “No será quitado el cetro de Judá, y el legislador de entre sus
pies, hasta que venga Shiloh; y a él se congregarán los pueblos.
La
gente se congregaba en derredor de Cristo. Con corazones llenos de
simpatía, la multitud aceptaba sus lecciones de amor y benevolencia
con preferencia a las rígidas ceremonias requeridas por los sacer-
dotes. Si los sacerdotes y rabinos no se hubiesen interpuesto, esta
enseñanza habría realizado una reforma cual nunca la presenciara
el mundo. Pero a fin de conservar su poder, estos dirigentes resol-
vieron quebrantar la influencia de Jesús. Su emplazamiento ante
el Sanedrín y una abierta condenación de sus enseñanzas debían
contribuir a lograr esto; porque la gente tenía todavía gran reve-
rencia por sus dirigentes religiosos. Cualquiera que se atreviese a
condenar los requerimientos rabínicos, o intentase aliviar las cargas
que habían impuesto al pueblo, era considerado culpable, no sólo de
blasfemia, sino de traición. Basándose en esto, los rabinos esperaban
excitar las sospechas contra Jesús. Afirmaban que trataba de destruir
las costumbres establecidas, causando así división entre la gente y
preparando el completo sojuzgamiento de parte de los romanos.
Pero los planes que tan celosamente procuraban cumplir estos
rabinos nacieron en otro concilio. Después que Satanás fracasó en
su intento de vencer a Cristo en el desierto, combinó sus fuerzas
para que se opusiesen a su ministerio y si fuese posible estorbasen
su obra. Lo que no pudo lograr por el esfuerzo directo y personal,
resolvió efectuarlo por la estrategia. Apenas se retiró del conflicto en
el desierto, tuvo concilio con sus ángeles y maduró sus planes para
cegar aun más la mente del pueblo judío, a fin de que no reconociese
a su Redentor. Se proponía obrar mediante sus agentes humanos en
el mundo religioso, infundiéndoles su propia enemistad contra el
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campeón de la verdad. Iba a inducirlos a rechazar a Cristo y a hacerle
la vida tan amarga como fuese posible, esperando desalentarlo en
su misión. Y los dirigentes de Israel llegaron a ser instrumentos de
Satanás para guerrear contra el Salvador.
Jesús había venido para “magnificar la ley y engrandecerla.” El
no había de rebajar su dignidad, sino ensalzarla. La Escritura dice:
“No se cansará, ni desmayará, hasta que ponga en la tierra juicio.
Había venido para librar al sábado de estos requerimientos gravosos
que hacían de él una maldición en vez de una bendición.