Betesda y el Sanedrín
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cuando pasó delante de Moisés y proclamó: “Jehová, Jehová, fuerte,
misericordioso, y piadoso; tardo para la ira, y grande en benignidad
y verdad; que guarda la misericordia en millares, que perdona la
iniquidad, la rebelión, y el pecado.
Israel había preferido sus propios caminos. No había edificado
de acuerdo con el dechado; pero Cristo, el verdadero templo para
morada de Dios, modeló todo detalle de su vida terrenal de acuerdo
con el ideal de Dios. Dijo: “Me complazco en hacer tu voluntad,
oh Dios mío, y tu ley está en medio de mi corazón.
Así también
nuestro carácter debe ser edificado “para morada de Dios en Espíri-
tu.” Y hemos de hacer todas las cosas de acuerdo con el Modelo, a
saber Aquel que “padeció por nosotros, dejándonos ejemplo, para
que vosotros sigáis sus pisadas.
Las palabras de Cristo nos enseñan que debemos considerarnos
inseparablemente unidos a nuestro Padre celestial. Cualquiera sea
nuestra situación, dependemos de Dios, quien tiene todos los desti-
nos en sus manos. El nos ha señalado nuestra obra, y nos ha dotado
de facultades y recursos para ella. Mientras sometamos la voluntad
a Dios, y confiemos en su fuerza y sabiduría, seremos guiados por
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sendas seguras, para cumplir nuestra parte señalada en su gran plan.
Pero el que depende de su propia sabiduría y poder se separa de
Dios. En vez de obrar al unísono con Cristo, cumple el propósito del
enemigo de Dios y del hombre.
El Salvador continuó: “Todo lo que él [el Padre] hace, esto tam-
bién hace el Hijo juntamente.... Como el Padre levanta los muertos,
y les da vida, así también el Hijo a los que quiere da vida.” Los sadu-
ceos sostenían que no habría resurrección del cuerpo; pero Jesús les
dice que una de las mayores obras de su Padre es la de resucitar a los
muertos, y que él mismo tiene poder para hacerla. “Vendrá hora, y
ahora es, cuando los muertos oirán la voz del Hijo de Dios: y los que
oyeren vivirán.” Los fariseos creían en la resurrección. Cristo les
dice que ya está entre ellos el poder que da vida a los muertos, y que
han de contemplar su manifestación. Este mismo poder de resucitar
es el que da vida al alma que está muerta en “delitos y pecados.
Ese
espíritu de vida en Cristo Jesús, “la virtud de su resurrección,” libra
a los hombres “de la ley del pecado y de la muerte.
El dominio del
mal es quebrantado, y por la fe el alma es guardada de pecado. El