Página 189 - El Deseado de Todas las Gentes (1955)

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Encarcelamiento y muerte de Juan
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estaba tan sólo bebiendo de la copa que Cristo mismo debía agotar
hasta las heces.
Las palabras del Salvador: “Bienaventurado es el que no fuere
escandalizado en mí,” eran una suave reprensión para Juan. Y no dejó
de percibirla. Comprendiendo más claramente ahora la naturaleza
de la misión de Cristo, se entregó a Dios para la vida o la muerte,
según sirviese mejor a los intereses de la causa que amaba.
Después que los mensajeros se hubieron alejado, Jesús habló a
la gente acerca de Juan. El corazón del Salvador sentía profunda
simpatía por el testigo fiel ahora sepultado en la mazmorra de Hero-
des. No quería que la gente dedujese que Dios había abandonado a
Juan, o que su fe había faltado en el día de la prueba. “¿Qué salisteis
a ver al desierto?”—dijo.—“¿Una caña que es meneada del viento?”
Los altos juncos que crecían al lado del Jordán, inclinándose al
empuje de la brisa, eran adecuados símbolos de los rabinos que se
habían erigido en críticos y jueces de la misión del Bautista. Eran
agitados a uno y otro lado por los vientos de la opinión popular. No
querían humillarse para recibir el mensaje escrutador del Bautis-
ta, y sin embargo, por temor a la gente, no se atrevían a oponerse
abiertamente a su obra. Pero el mensajero de Dios no tenía tal espí-
ritu pusilánime. Las multitudes que se reunían alrededor de Cristo
habían presenciado las obras de Juan. Le habían oído reprender
intrépidamente el pecado. A los fariseos que se creían justos, a los
sacerdotales saduceos, al rey Herodes y su corte, príncipes y solda-
dos, publicanos y campesinos, Juan había hablado con igual llaneza.
No era una caña temblorosa, agitada por los vientos de la alabanza o
el prejuicio humanos. Era en la cárcel el mismo en su lealtad a Dios
y celo por la justicia, que cuando predicaba el mensaje de Dios en el
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desierto. Era tan firme como una roca en su fidelidad a los buenos
principios.
Jesús continuó: “Mas ¿qué salisteis a ver? ¿un hombre cubierto
de delicados vestidos? He aquí, los que traen vestidos delicados, en
las casas de los reyes están.” Juan había sido llamado a reprender
los pecados y excesos de su tiempo, y su sencilla vestimenta y vida
abnegada estaban en armonía con el carácter de su misión. Los ricos
atavíos y los lujos de esta vida no son la porción de los siervos de
Dios, sino de aquellos que viven “en las casas de los reyes,” los
gobernantes de este mundo, a quienes pertenecen su poder y sus ri-